Una mesa no es una mesa / Tomás Hernádez

 

En el último debate de candidatos al Parlamento andaluz, el presidente Moreno Bonilla alzó en su mano derecha un bolígrafo rojo y pronunció una sutil advertencia: “Esto no es un camión, señor Espadas”, dijo, como si tal cosa. Recordé al exhibidor de adoquines, el infausto Rivera. Y recordé también un cuentecillo que leí hace muchos años. Uno de esos relatos sin excesiva relevancia, pero que se quedan para siempre arañando en la memoria. Había olvidado el argumento, sólo que hablaba de la soledad de un hombre en su habitación de cada día a la espera de que sucediera algo. Eso había quedado de aquella lejana lectura. Pero en cuanto oí la frase en boca del candidato popular, me vino a la memoria el título de aquel relato, (“Una mesa no es una mesa”) y la historia del hombre solo que vivía con la esperanza de que algún día sucedería algo y todo sería distinto, la soledad, los muebles, el tiempo en la ventana. Regresaba cada día con la esperanza de que algo hubiera cambiado en su ausencia. Pero todo seguía igual. Con esa misma esperanza inútil oí el lunes pasado el debate de los candidatos. Y pensé, esto no es un debate.

Corre en estos tiempos la creencia de que la brevedad es por sí misma un valor. El otro día un amigo me envió un vídeo con una advertencia, “dura diez minutos”, como si diez minutos fueran un eternidad interminable. Para ensalzar la brevedad se cita siempre la frase de Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Creo que habla Gracián más bien de que la concisión, la síntesis expresiva (lo bueno), dicho con brevedad es todavía mejor.

Pero cada cosa requiere y exige su tiempo. Algunas son como un fogonazo y aparecen de repente, otras precisan una exposición laboriosa y larga. Y esos dos adjetivos, laboriosa y larga, suenan como un “vade retro” y apartamos de inmediato la página o cerramos el archivo. Debatir soluciones para todo aquello que nos preocupa o necesitamos, no puede hacerse en hora y media y con seis participantes. Por eso se ajusta el tiempo de cada intervención. No sería eficaz de otra manera y desde luego sería aburridísimo. Por eso, lo del lunes pasado no fue un debate, no podría serlo. Si en lugar de seis políticos, hubiera habido seis filósofos, tampoco sería un debate. En el de la otra noche los candidatos se atacaban y se defendían, lo normal. Menos la candidata Olona, que bailó, ella sola, su esperpento.

El desesperanzado hombre del cuentecillo, un buen día, sin saber por qué, empezó a llamar silla al reloj y espejo a la almohada y pasó el resto de sus días feliz y acompañado de unos cuadernos azules donde escribía los nuevos nombres de las cosas, mirando su rostro en la almohada, sentado en el reloj. Quizá haya que buscar otro nombre en las cosas para no volverse loco.

Lejos de aquel plató, en Madrid, el Ayuntamiento concedía a Almudena Grandes el título de hija predilecta. El alcalde y la vicealcaldesa justificaron su ausencia con mentiras de agenda. Parece que el odio nos persiguiera más allá de la muerte.

Tomás Hernández.

 

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