En estos momentos, salir de este infierno de incomodidad, miedo y, en muchísimos casos, dolor, es primordial, y la Navidad, ante esto, debe pasar a un segundo plano. Gobierno central y autonómicos parecen estar obsesionados en relajar las medidas durante esas fechas, evidentemente por la impopularidad política que conllevaría seguir con las medidas de endurecimiento, pero que evidencia la naturaleza débil de gobiernos y dirigentes que están más pendiente del pan y circo que de la salud de sus gobernados y al que asesores y jefes de gabinete nos tienen, no por marmol al que el escultor debe obtener su belleza con genio, paciencia y disciplina sino por material tan ductil como la plastilina. El ejemplo de Italia debería crear senda, al anunciar que no bajara la guardia en cuanto a la pandemia durante las próximas fiestas, harta ya de estar padeciendo los dientes de sierra de las estadística en cuanto a la salud.
El apósito, el paño caliente, la añagaza que ahora se esgrime es que la vacuna está cerca. Pero no seamos incautos y oigamos otras voces científicas, y por supuesto más serias a lo visto, que por el momento advierten que los efectos de dicho ungüento de Fierabrás está todavía por probar con total eficacia. Nadie duda que la vacuna esté dispuesta, pero que ésta tardará en llegar y, no obstante, se utiliza el próximo enero como señuelo de la epifanía de la misma. Pera hasta cuando la población no esté vacunada los contagios seguirán produciéndose con mayor o menor intensidad, según sea el comportamiento social con respecto a la distancia, el uso de mascarillas y la higiene.
Ya hemos comprobado que la empatía y la solidaridad con el otro no es precisamente divisa que caracterizará a nuestra época y sí al parecer el egoísmo y hedonismo en el comportamiento. Es curioso, al respecto, que estemos asistiendo a una defensa a ultranza del sector hostelero, acaso el más visible, mientras que otros sectores igual de perjudicados no son de tanta visibilidad y preocupación y a ambos, por contra, se les sube el impuesto a autónomos y encima obligándolos a un paripé de horarios absurdos. ¿Es esto ayudar a un sector? Menos da una piedra, deben de pensar; pero queda meridianamente claro que piedra que dan hoy es hambre para mañana, porque tal como se esta llevando la movilidad es muy plausible que a esta sobrevendrá un confinamiento más duro. Y a ver si tenemos claro que el confinamiento no viene por una preocupación extrema por la salud de los curritos que somos todos, claro está que a excepción de la «nueva aristocracia salida de las urnas», sino porque el personal sanitario es poco, las instalaciones menos y la tan cacareada de excelente sanidad española resulta que, en infraestructuras, esta más o menos igual que en el tan criticado tardofranquismo o en la puesta también ahora en la picota Transición. Durante años llevamos gastando en ERES, Malayas y Gurtels y bajando presupuesto en Sanidad e Investigación, eso sí acometiendo megalómanos proyectos cuya eficacia en muchos casos es nula al contribuyente pero de pingües beneficios a «otros» como evidencian los escándalos. Cerca tenemos ejemplos como la presa de Rules que va para cuarenta años sin que su funcionamiento llegue a la parte occidental de la provincia o el centro de salud sexitano que se presentó con la efectividad de una docena de especializaciones para quedar adelgazado a atención primaria a secas. Eso sí, fotos hubo en vena a cuenta del progreso conllevante para la sanidad de la zona.
Aquí no hay «olas», hay una pandemia necesitada de intrumentos para extinguirla que por ahora depende de la voluntad férrea de la sociedad civil en mantenerla a raya, y al que poco colabora el interesado buenismo de políticos dubitativos sin rigor para hacer lo que sería adecuado a las circunstancias. Es irrisoria la idea de que haciendo una prueba de contagio sea esta salvoconducto de inmunidad y por tanto total seguridad para los encuentros familiares y sociales por venir.
El único horizonte posible para acabar con la pesadilla, por el momento, es la vacuna y una vez el peligro sea relegado al recuerdo de una mala experiencia con miles de muertos, entonces celebremos la Navidad con toda su parafernalia, aunque sea en agosto si tanta necesidad hay de ello. ¿Acaso no celebra un pueblo de La Alpujarra su fin de año en ese mes del calendario, por una vez que no pudieron celebrarlo el 31 de diciembre? Pues eso: llenemos de espumillón, jingle bells, turrón y uvas agosto. Ahora toca ser humildes florecillas del de Asís.