A pie de foto / Espejo de verano / Javier Celorrio

 

De repente un verano (también puede suceder en cualquier otra estación) descubrimos que el tiempo, sibilinamente, juega con nosotros para terminar confesando, más bien nosotros averiguando, que de manera unilateral va despojándonos de todo cuanto nos dio.

Así, y todo, como amantes ultrajados pero dispuestos a creer cualquier falsa redención en el amado, seguimos con la ilusión de poder participar en esa feria vanidosa que consiste en tomar güisquis en los chiringos de moda, pasear bronceada nuestra piel desecada a pesar de la mucha química cosmética que nos pongamos, y pensarnos jóvenes furiosos, aunque creamos tener de nuestra parte eso que la madurez llama sabiduría, otra añagaza del tiempo, y que denota fragilidad y falta de caletre cuando queremos emular la loca juventud.

Que la mocedad es valor en alza en en la bolsa de la vida, es un absoluto sin cualquier contestación. Pero no menos es tabla de ley que ningún polo Armani, Klein o Kors, ni tan siquiera un amorío juvenil, para nuestro entrevero, devolverá aquella musculatura y agilidad corporal que nos tenía por jóvenes… ¡Ay, de los que pierdan la mental ! Tampoco la vuelta a la llamada normalidad, tras el confinamiento y sus soledades, nos traerá aquellas noches locas cuando a la piel contraria y deseada oponíamos la propia no menos deseable y llegaba el amanecer con sus promesas, que ya nacían rotas por confundir ingenuamente el amor con el deseo.

Somos, para estos veranos y nuevos actores con su regetón y guirigay del techno arqueología patética y en ello risibles figuras goyescas de las viejas con afeites. Somos, como aquel bolero, dos gotas de lluvia en una canción.

Pocos admiten el declive de la edad y, por tanto, incapaces de aquel gesto Garbo de retirarse en una interesante recién iniciada cuarentena, por no ver su deterioro en la pantalla. Obvio, que no es recomendable llegar a los extremos de la Sissi austriaca embaulándose tras espesos velos para que nadie presenciara el primer esbozo de la decrepitud de su piel, decían blanquísima.

Ahora, y eso pasar la moda de ese horror tomado como ingenio portentoso de divisa generacional de «la arruga es bella», siempre para belleza en su apogeo capaz de administrar el más imposible disfraz pero nunca para piezas ya arrugadas en su arqueología, la humanidad quieren ser pop a toda costa; trendys absolutas en atuendos imposibles; fashion a cualquier hora, lugar o cita en esa combinación de colores fosforito que se opone al negro, marengo y pardos de toda elegancia recomendable a una discreta senectud.

Cada verano, claro está, vuelve la belleza; pero como siempre en lo natural de la juventud que hace la pasarela de Milán o de su barrio en un paseillo altivo sin siliconas que declarar en la balanza de las restauraciones. Ellos usurpan ese territorio, que también fue nuestro, cuya divisa es “hay tiempo para todo”, en nuestro obligado exilio nos queda un carpe diem vital y necesario, esa razón para no creer ya en eternas juventudes.

Obviamente, esto no es óbice para que nos dispongamos a abrir las puertas del cementerio de elefantes, y encerrarnos en la cripta asistiendo a la necrofilia de nuestro embalsamamiento. Esperemos este verano con la esperanza de observar nuevos matices en las cosas que ya conocíamos y que no obstante son diversas, como diferente son nuestra edad y su mirada.

De repente, ya digo, un verano descubrimos que aquellos locales donde fuimos farra y bullicio se habían desvanecido, al igual que en ese “esta y todas las noches” nuestros cuerpos de entonces eran sustituidos por otros. El espejo desnudo, cotidiano donde me afeito escupe a nuestra cara la voz del tiempo para decirme que Blancanieves siempre será la mas bella y que el capitán Garfio, si está en algún lugar es en un geriátrico de Nunca Jamás. Así es que Peter Pan cumplió ya todos los años.

 

También podría gustarte