A pie de foto/ Javier Celorrio / De la naturaleza de promesas que no pueden cumplirse

Me asustan las promesas que pueden romperse, que no pueden cumplirse: son como la ficción que se confunde con la realidad y termina por ser dañina y destructiva y fatal. Últimamente oímos promesas ancladas a las tablas de un escenario, a las silabas que van construyendo la palabra y luego las frases de una novela, a la claqueta de una película. La política se ha convertido en peligrosa ficción y los políticos en actores que han perdido el norte del libreto y que llegados a tal extremo pretenden descargar su impericia en el público que son sus votantes. También son como amantes que en gatillazo flagrante culpan al contrario de falta de experiencia amatoria.

No sé a ustedes, pero a mi lo de la vacunación me esta pareciendo una mala ficción con visos de realidad de serlo. No digo que no sea complicada su logística; el herramentaje de conservación, transporte, cantidad y preparación del personal sanitario para administrarla, pero hay una sensación en todo de ensayo. Empezando por su trasparencia. A casi dos semanas de la llegada de la vacuna todo son imprevisiones que vienen precedidas de falta de información. Hasta podría parecer que hay un velo de maquiavelismo en la inoperancia y que como dice un amigo la inmunidad de rebaño va a llegar antes por contagios que por la eficacia en la administración de la vacuna.

Ante el anuncio de la llegada de la pócima salvadora la algarada mediática fue tremenda ¿tremendista?. La marca Gobierno de España estampadas sobre las caras del cubo protector que contenía el mejunje de Fierabras, a la manera del más puro arte pop, anunciaba que, en plena Navidad, el remedio había llegado y el Gobierno era el hacedor del milagro. Hasta ahí las técnicas del merchandising, de la comercialización venía envuelta de una afinada campaña publicitaria, algo para el que los sistemas políticos tienen especialistas de larga eficacia y experiencia (llamados asesores). Pero como pasa en ocasiones, el gran hallazgo, la gran obra, el incuestionable espectáculo se cae por la falta de infraestructura: no hay nada más frustrante que comprobar para un publicista el fracaso de una campaña bien diseñada cuando el producto que se enseña en realidad es aire sin cualquier consistencia. Desde ese momento los productores tienen que salvar los muebles y es llegado el momento de que los críticos en nómina apliquen las argucias de que es el público quien no ha sabido comprender mensaje ni utilidades. Recordemos cuanto se ha jaleado a los negacionistas y su reacia postura a ser vacunados, cuando en realidad se introduce en el saco a parte de la población que tiene miedo a ser vacunados ante lo que parece novedad en la composición del inyectable o la rapidez del hallazgo del elemento inmunizador o, no quiero pensarlo, el terror a la propia inoperancia del sistema.

En esa parte del guión exculpatorio de la Administración central también se sitúa la maniobra de dar las competencias a las Comunidades para luego criticar su falta de coordinación y eficacia según sea el color de la camiseta política, al parecer esta última es la única que impera, y en ello salvar sus muebles, sus poltronas, sus prebendas y no en proteger a los administrados que es condición sine qua non de su oficio.

La mayoría de los ciudadanos sí quieren la vacuna y están expectantes de que los llamen, que a lo mejor si esto fuese una gripe rutinaria esperarían la inmunidad por el contagio natural sin tanta alharaca protectora, pero no es el caso.

Me asustan las promesas de los amantes que a sabiendas no van a cumplir y que se convierte en pareja blanca, aburridas en esa llamada soledad compartida silenciando el ser traicionados.

Leyendo últimamente al escritor ingles, Bruce Chatwin, en su libro «En la Patagonia» encuentro una reflexión sobre la búsqueda de amparo en un mundo a punto de estallar y dice: «Imaginé una cabaña de troncos baja, con techos de tejas, calafateada contra las tempestades, con un crepitante fuego de leña en el interior y las paredes cubiertas por los mejores libros: un lugar donde vivir cuando el resto del mundo volara en pedazos». Ahí no se oyen promesas.

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