Al hilo de las horas / Azorín me trae la lluvia

Blogg de Javier Celorrio

«Noche profunda; desde ayer, a las seis de la tarde, está lloviendo. No ha cesado de caer agua; unas veces turbión; otras orbayo. El tictac de los relojes se mezcla al golpeteo de la lluvia en los cristales». Lo cuenta Azorín en una de sus impresionantes descripciones. Lo leo antes de dormir y sueño que llueve. Tanta sequía se hace preocupante y parece surrealista que los políticos sigan mareando la perdiz (la marean mucho) en cuanto al mal funcionamiento de la presa de Bernal-Rules que debía proveer de agua a toda la costa granadina.

Con el asunto de la lluvia se hace presente ese verso de Borges donde la lluvia siempre es algo que sucede en el pasado.

Volviendo al párrafo de Azorín, efecto de su prosa de añada excelente, me vuelve el recuerdo de aguaceros antiguos, de cuando se oía la lluvia en los cristales, sobre el campo y los arboles. Revivo aquellas lluvias de septiembre con cierto trémulo de frio en el aire y olor intenso a tierra mojada. Era el final de guirigay de las vacaciones y había que volver al olor de la goma de borrar sobre el cuaderno rayado y dubitativa tiza, por la lección olvidada, en la pizarra.

Anoche soñé que llovía, a veces en turbión y otras era orbayo. En algún momento las hojas de las ventanas se sacudieron con el viento. Se oía a lo lejos el mar respirar agitado. Dicen que el temporal dejó el pueblo a oscuras y hubo que bajar los pericos de las alacenas para iluminar, con parca lumbre por el temblor de la mecha empapado en aceite, las habitaciones de altos techos. Se escuchaba el agua correr por las calles y en alguna habitación caer gota a gota por alguna gotera abierta en el tejado. Puede que allí empezara un amor que acabará sabe quien donde dentro de 4.000 años. De eso jamás tendremos noticias, pues la lluvia es siempre algo que, como el amor, sucede en el pasado.

 

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