Al hilo de las horas / Esto es lector, quien lo probó lo sabe

Foto y texto Javier Celorrio

Lo importante de la novela es poder meterte en mundos que ya no existen o que imaginan y sólo el libro te lleva y permite sumergirte en ellos, sentir en ellos, vivirlos y hasta identificarte. Quien no tenga ese concepto no entenderá la lectura. Es básico.

Los buenos libros son los que nunca acaban, lo demás es almoneda. Si una relectura no incita a descubrir nuevas perspectivas en el texto o no renueva o levanta antiguas o desconocidas emociones ese texto o es didáctico o fue entretenimiento a horas muertas y llanamente pertenece al rango de la ramplonería. De esto último hay mucho de eso, asaltada la literatura por las modas o la vacuidad de las urgencias en la que incluso, apremiados por las editoriales y el ego, se dejan seducir excelentes autores publicando ladrillos que en el porvenir serán errores imperdonables en su carrera, si es que lo por venir respeta algún utillaje del raudo y colmatado pasado que es nuestro presente. Huelga el reseñar, que hay autores que fueron brillantes en una sola obra.

Ulises, El Quijote, La Odisea, A la busca del tiempo perdido, El cuarteto de Alejandría, El rojo y el negro, esto en cuanto a la novela, y otro largo centón de obras conminan al buen lector a reflexionar sobre la cortedad de la vida: el tiempo pone finitud a la existencia y es demasiado exiguo para empaparse de todos ellos. Viajando por Alejandría, la Mancha, el Dublín de un día o recorriendo los salones del París de fin de siglo alguna vez tenemos la certeza que es la última vez que viviremos esas experiencias y que en el gesto de pasar las hojas también se contiene el postrer momento de la despedida. Obvio, que la sensación ocurre pocas veces, pues por el contrario seríamos plañideras a la par que lectores y en el sentimentalismo desbarrado parecidos a la inefable Señorita de la estación que cantaba la Piquer.

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.

Lope de Vega lo decía sobre el amor, pero es aplicable al lector.

 

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