Texto y foto: Javier Celorrio
Hoy mi geografía, el mapa biográfico que todos llevamos, se ha quedado más vacía. Aunque el anuncio ya advertía del suceso inevitable, siempre la voz rota que lo anuncia, al otro lado del teléfono, deja la nuestra en silencio. Se sabe que a partir de ahora ya eres ida y es en lo intangible de mi memoria donde tendrás un territorio que desaparecerá cuando la mía sea recuerdo para otros. Entonces compartiremos el olvido o la nada, que es esa cosa triste que tiene la muerte y también el portazo final que damos a la vida y que cierra el paréntesis. “Partimos cuando nacemos andamos mientras vivimos, y llegamos al tiempo que fenecemos; así que cuando morimos descansamos.” Decía Manrique en sus coplas a la muerte de su padre.
Tu alma, o lo que sea, ahora estará explorando otras dimensiones que nada tiene que ver con lo que conocemos o nos han enseñado o hemos imaginado en una suerte de lenitivo bajo la marca esperanza, bajo la cual también se acoge esta aporía de trascendencia.
Cierto es que en el momento de nacer no sabemos qué es la vida, pero tampoco sabemos, llegado su momento, qué es la muerte. En el entreacto estamos suspendidos del azar de lo que creemos ser y tener hasta que viene la guadaña y arrebata las pretensiones y palabrerías. ¿Y luego? Es cuando el término misterio nos muestra su insondable muro.
Me gusta la idea de Abraham Beglio: “cada ser humano es el habitante solitario de un planeta inédito: su esencia irreductible. Cuando muere desaparece con él, irremediablemente, aquel planeta misterioso del cual era el único morador”. (Acota el escritor que las esencias por definición son inmortales)
Y aunque la expresión manida y cursi de que cuando alguien muere una estrella nueva brilla en el cielo, hoy desde mi planeta personal sé que en los amaneceres de mi ruta interestelar, hay una que suele aparecer sobre las 6:47 de los relojes. Allí estarán para siempre los momentos en los que coincidieron nuestros planetas.
Antes de recibir la noticia sobre la muerte de P.M. leía un clarividente artículo de la escritora Laura Ferrero donde analiza las campañas publicitarias existentes sobre el cáncer reivindicando que más que lazos de colores “lo que necesitamos se llama investigación”. Lo otro es dar rodeos: “ a no decir lo que puede decirse. A sortear el tabú. A inventar frases hechas, símbolos,…”. Razón tiene la escritora cuando apunta que hay que acompañar y no compadecer. Tenemos “Una sociedad que no quiere ver el dolor ni la enfermedad si no es romantizando, infantilizando, un dolor a la altura de nuestras expectativas”. Y esa es la que tenemos: la futilidad que provoca perder la brújula y de ahí que lo que importa se ha convertido en objeto de bazarillo.