En el Día Internacional de la Poesía, quiero celebrar que la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios haya concedido su premio anual al libro Arborescente, de la granadina Nieves Chillón (ex aequo con Todo cuanto es verdad, de Diego Molina Poveda). Nieves Chillón, autora interesantísima por sí misma, es además un ejemplo excelente del tipo de poesía que una generación de mujeres está escribiendo cada vez con más rotundidad y, por fin, con reconocimiento.
Habituados como estamos todavía a que el arte en general y la poesía en particular presenten los cuerpos de las mujeres desde la contemplación o desde el erotismo propio o ajeno, cuando una voz explora y transmite experiencias carnales más crudas y complejas, el impacto es poderoso. «Mi cuerpo es hueco pero late / dentro de él un animal», dice esa voz sobre su embarazo. «Ya no sangro le reservo todo lo rojo / y ensancho su encierro con lentitud».
Sin embargo, la abundancia y viveza de las imágenes en torno al vínculo madre-hijo no debe llevarnos a reducir Arborescente a un poemario sobre la maternidad. En Arborescente, la maternidad no es un tema, es un punto de vista desde el que se interpretan los problemas de nuestro mundo y de la propia existencia, un modo de abarcar la humanidad y la tierra en ese todo intercomunicado que hace que el niño cuyo cadáver se encontró congelado en las montañas de la frontera siria sea también hijo nuestro, pero no como concepto o como metáfora, sino como experiencia: «amor pequeño corazón mío / ya somos casi nieve».
El propio título –un adjetivo verbal, una forma activa–, recoge el simbolismo clásico del árbol y lo despoja del estatismo y la esencialización. Arborescente es la condición del ser vivo. La genealogía, concebida más como red que como sucesión, se hace origen y destino. Sus hilos cambiantes se crean, se ovillan, se despliegan y se rompen sin cesar. La vida fluye a través de huesos, venas, tendones, sangre y leche, cuya materialidad abrumadora acaba necesariamente trascendiendo y ocupando el lugar de un Dios ausente o muerto: «¿sabes que esto que ahora hacemos se llama rezar / porque nadie contesta?».
Esa idea de movimiento, de tránsito, está presente también en las tres partes del libro, que la propia autora llama «rutas»: «Ruta a través de las montañas», «Ruta de la poeta-animal en el bosque de la sangre y las genealogías» y «Ruta marítima de la poeta-náufrago». Tres recorridos por distintos paisajes que se convierten en actores también arborescentes y que se entrecruzan como raíces y ramas vivas, atravesando los cuerpos y el mundo: «el oleaje suena como ramas de olivo / el mismo rumor / idéntico entrechocar de luces».
Nieves Chillón escribe –y nosotros la leemos– como medio de canalizar la indignación ante el sufrimiento, la injusticia y el olvido. Impotencia no significa indiferencia y la poesía, su poesía, además de alimento para paladares inquietos, es sobre todo un arma y una forma de lucha.
Almudena Rubio
Nieves Chillón, Arborescente
XXXVII Premio Juan Gil-Albert
XXVII Premio Andalucía de la Crítica
Editorial Pre-Textos