Acabaron los festejos y las luminarias kitsch de la Navidad se han apagado. El sudario pálido de un atardecer sin intensidad crepuscular anuncia la noche. El locutor de un programa radiofónico de cine habla de las dos muertes más recientes de la nostalgia cinematográfica: Sidney Poitier y Peter Bogdanovich. Este último de la camada aquella de directores que vinieron a cambiar el sistema de Hollywood para que nada cambiara y en la que estaban William Friedkin, Brian De Palma, George Lucas, Martin Scorsese, Michael Cimino o Francis Ford Coppola. The Last Picture Show, What’s up Doc? y Paper Moon son películas imprescindibles en nuestra aquella adolescencia. Hoy mueren o siguen haciéndose viejos y olvidados y un locutor de radio con ínfulas de avezado cineasta e inteligentísimo tonto del culo califica al reciente muerto como un director menor dentro de la lista anteriormente citada. Mejor apagar la radio y oir a Milva cantando a Theodorakis para poner una dosis de melancolía a la ya tristeza de la tarde que de Este a Oeste se va declarando noche cerrada. Buscaré en mi cinemateca la enloquecida The Last Picture Show, la melancólica Paper Moon dejando que los diálogos pongan la banda sonora al silencio de la noche y la memoria sobre la memoria construya otra de aquel tiempo cuando leímos con fruición aquella «Iniciación al Cine Moderno» del maestro Alfonso Sánchez; excepcional compendio de cuando los directores eran la estrella y que precedieron en la década de los cincuenta, sesenta a la generación americana.
«La hoguera hecha con maderas de naufragios». La frase es de Robert L Stevenson en su siempre formidable «La Flecha Negra». Certera y conveniente metáfora para definir la herramienta precisa con que lograr el estado de catarsis. Excelente título para una historia donde hasta sus páginas deben arder una vez escritas para consumar el olvido premeditado: una expresión del egoísmo complaciente del buen misántropo o actitud indiferente ante el entorno. «Todos seremos carne de naufragio con destino Combustión». Es la frase primera y final de ese protagonista, personaje que nadie describirá: la novela reducida a una frase única que se salvo del naufragio; el pecio excepcional de una civilización cuya luz sigue mandando ondas por el espacio similar a esas fotos de grupo que nos mira desde el mostrador de chamarilero en el mercadillo de viejo y que miramos pensando como ese trozo de papel amarillento fue a parar ahí para cosificarse,y que nos impulsa a rescatarlo, llevarlo con nosotros para reinventar sus vidas o demostrarnos que somos médium con singular capacidad de comunicar con ellos. Hay dos maneras de contar a los del grupo húmedo y sepia: uno el de Monterroso y el cuento más corto del mundo «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». El otro, el de Proust: «Mucho tiempo he estado acostándome temprano». Ambas frases concisas; la primera tan escueta como un haiku, otro la segunda, tras el que sucedió un largo aliento de siete tomos. Los Thilbaut,los Budenbrook, los Forsyte, la de Juanito Santacruz: fotos de retrato de familia en interior. Tengo la vieja foto en la mano y la vela encendida para prender una hoguera con el retrato de los náufragos.
Raphaelísimo, la docuserie. El Ave Fénix del pop en estado puro: caído en muchas hogueras pero de todas ha salido, si no indemne consciente para recomponerse. Alguien, en el documental, dice que pese a quien pese es la banda sonora de todos nosotros. Totalmente de acuerdo. ¿A ver quien no ha tenido un momento Raphael? Mienten o son insoportablemente intensos quienes digan que no. En estos tiempos en los que las familias de los «astros patrios», que se decía cuando antes, pasean por los platós vendiendo miserias y memeces de herencias y gilipolleces, se agradece tanta coherencia en la de Raphael con P y H intercalada, afrancesamiento del nombre del que también se da explicación. Para saberlo hay que verla, pues no pienso hacer spoiler o como antes se decía «reventar» la película.
Un fotomontaje para «Las Tentaciones de Pablito»