Bitácora con salitre / Ucrania, mon amour

Texto: Javier Celorrio

Desde que el primer homínido tuvo conciencia de la territoraliedad dibujando un círculo con su orín, la defensa del territorio y la ambición de conquistar otras hectáreas instrumentalizó la violencia como herramienta para ensanchar y extender el dominio. Con aquella primera gestualidad de ataque comenzó la primera guerra que hoy, miles de años después, vuelve a escenificarse sobre Ucrania. Entonces el arma agresora era la quijada de un mamut hoy, ya extinguido el animal, la agresión está al albur de un algoritmo cuya solución es la devastación ya decretada por el demente de turno crecido por la inacción de quienes piensan que las sanciones son suficiente para la disuasión.

«Entre la guerra y el deshonor, habéis elegido el deshonor y tendréis la guerra», le espetó Churchill a Chamberlain tras los acuerdos de Munich de 1938, cuando Francia e Inglaterra accedieron a que Hitler se apoderara de los Sudetes. Siempre hay un Chamberlain que desde su diplomacia de alcurnia cree que el contrario es el patán fácil de conformar. Ya sabemos lo que vino después. Ahora se pueden llamar sanciones, pero Ucrania está invadida y la guerra declarada. Mientras, el outfit del presidente americano se limita a un inexpresivo monólogo de busto parlante como aparición halógena anunciando advertencias.

Europa, por su parte, dice pensar bobamente que el espíritu que mueve la agresión es zarista y lanza ese ñoño argumentario imperialista para explicar lo que en toda regla es la guerra, obviando el stalinismo de conquista que es lo que rige la cabeza del mandamás ruso travestizado de Catalina la Grande. Europa espera «el desarrollo de acontecimientos» parapetada tras el vidrio y el acero de su ombligo todavía umbilicado a la grandeur de la Historia. ¿Y para eso tanta guillotina, para seguir viviendo ilusoriamente de palaciegas cortes antañonas?

A Ucrania le están abriendo las venas a cañonazos y obuses, luego le harán costurones con aguja de veterinario sobre la mesa de la autopsia. Tras la pandemia, eso es la antesala que le espera a la vecchia Europa perfumada de Nina Ricci, que es perfume de señorona y laca: la guerra que vendrá no es la primera, dijo Brecht.

Europa tuvo en el principio del siglo XIX las carroñeras águilas napoleónicas recorriendo sus valles y montañas; el inicio de XX trajo los muertos del Somme, supervivientes rematados por la gripe española y luego más sangre y más guerras. El XXI ha empezado virtual, vírico, de pensamiento liquido derramado en sangre por las calles de Kiev. Nosotros esperábamos a Godot para hacerlo influencer en Instagram y en eso que de golpe aparecen los cuatros jinetes del Apocalipsis. Son los de siempre; una vez se marchan dejan el escenario como el de una opera ultramoderna con el foso de los músicos rebosando  víceras de instrumentos y en la calle al pueblo, de vencedores y vencidos, pasando hambre.

A Europa le van a cañonear este año la edición del  festival de Eurovisión dejando el patio de butacas lleno de bandera con crespones. Por si las moscas, habría que ir buscando un Churchill, un Talleyrand o por ahí. La tragedia se masca y la sangre lleva el sabor metálico de la hemoglobina a la boca.

Anda jaleo, jaleo y ya empezó el tiroteo, Ucrania, mon amour.

 

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