Cuba: Revolución contra Revolución / José María Sánchez Romera

La crisis cubana que ha estallado en estos días se ha convertido para los partidos políticos españoles en un asunto para la división de asuntos internos. Como la izquierda tiene la perversa manía de estar siempre exigiendo a la derecha condenarse a sí misma, ésta no ha perdido la oportunidad de hacer lo propio en justa reciprocidad, en este caso por tiranía interpuesta. Ocurre que en las ideologías los principios no cumplen una función diegética en su narrativa, sino exclusivamente coral.

Discutir sobre la condición dictatorial del régimen cubano resulta una fruslería intelectual, un debate de escaso interés y menor valor aún por cuanto es una evidencia que desde el triunfo de la revolución en el año 1.959, se impuso un sistema totalitario de inspiración colectivista. Para una gran parte de la izquierda Cuba bascula entre la nostalgia espartaquista y un enojoso asunto del que no termina de renegar porque los rescoldos de la épica revolucionaria iluminan todavía la memoria y pese a que todo se fue al traste hace mucho tiempo, el esplendor del ideal, parafraseando a Wordsworth, aún perdura en el recuerdo. Por eso aún se cede a la tentación de justificar la falta de libertades a base de unos contorsionismos dialécticos que descoyuntarían al mejor sofista.

Pero hay un asunto mucho más importante sobre el que nos enseña la crisis cubana y que afecta de lleno a las sociedades occidentales y en general a todas las que han alcanzado cotas notables de prosperidad generalizada (más allá de las crisis y sin entrar en las causas de éstas). Se viene extendiendo la idea desde numerosos ámbitos políticos e intelectuales que el problema de las sociedades desarrolladas es la desigualdad (el gran argumento de Thomas Piketty, una especie de Marx del siglo XXI pese a que muchos marxistas ortodoxos lo detestan ¡por capitalista!). Atrás quedó el objetivo progresista de eliminar la pobreza, lo que parece darse por esencialmente superado, como argumento político al menos, quedando por delante ahora la consecución de la igualdad universal. (A modo de inciso: la naturaleza nos ha creado desiguales y los ingenieros sociales quieren recrear al ser humano como el que fabrica un mismo modelo de tornillo millones de veces. El gran logro contemporáneo ha sido la igualdad de todos ante la ley, no la forzada uniformidad moral y material del ser humano. No existe ninguna razón ética para que un grupo encaramado al poder decida hasta qué límite puede una persona desarrollar cualquiera de sus facetas vitales en ausencia de daño al resto).

Sin embargo, los cubanos no salieron a la calle al grito de igualdad sino de libertad. No parece que estén muy satisfechos con esa igualdad en la escasez impuesta por una élite política que desde un planteamiento ideológico lleno de arrogancia decide que todos preferirán la miseria si la padecen de forma compartida. Eso, con ser una suposición carente de la menor lógica, se comprende mejor en su absurdo si pensamos en una actividad deportiva en la que se prohíbe la competencia para que los menos dotados no padezcan discriminación, pues lo que se fuerza es la eliminación de los estímulos para la superación, a la vez que se desmotiva a los más capaces. Cuando en el inicio de las protestas Díaz-Canel tuvo que mencionar a ese ser malvado, el tal “Neoliberalismo”, para fundamentar su plan de resistencia, empezó a reconocer sin decirlo que al final perderá la partida, porque mencionó la solución. Ese llamado “Neoliberalismo”, si es quien parece ser el aludido, es que al no casualmente acuden cuantos aspiran a mejorar sus vidas, sin que, de momento al menos, hayamos visto gente huir de la pobreza surcando las aguas cubanas ávida por ganar la orilla de la isla caribeña.

Desde hace muchos años se invocan todo tipo de argumentos para justificar las penurias de la nación cubana y responsabilizar de ellas a cualquiera que critique el régimen político vigente. Si admitiéramos todos ellos como válidos, entonces ¿por qué si el sistema es tan beneficioso para los cubanos hay que buscar culpables? ¿Son culpables de lo que hace de los cubanos unos privilegiados por vivir bajo el sistema comunista? Curioso. Empero, si tomamos en consideración la tesis contraria, que el régimen provoca el aislamiento económico del país, ¿no sería lo más patriótico dar paso a un régimen democrático y abrir el país al resto del mundo? Incluso si aceptando que Cuba no es una dictadura, obviando que detenga a periodistas, sino un régimen político digamos que inclasificable por su origen y vicisitudes, ¿no merece el pueblo cubano una transformación política si le trae un mayor bienestar? Esos cambios políticos no ocurren porque, como también pasa en las democracias, solo que éstas tienen mecanismos incruentos de resolución, en Cuba se cumple la ley de hierro de las oligarquías políticas, reacias a dejar el poder de forma voluntaria.

Cuba no vive en la miseria por culpa de los Sres. Helms y Burton cuyo impulso legislativo se ha visto suspendido en numerosas ocasiones y que no ha impedido la llegada de ayudas y créditos al país, eso es sencillamente una falacia. Los problemas económicos vienen de aplicar un sistema que no ha funcionado en ningún sitio. La “neoliberal” España del año 2.016 condonó 1.492 millones de euros a Cuba en intereses y reestructuró los pagos de una deuda cercana a 2.500 millones de euros. Es evidente que la retórica va por un lado y los hechos por otro, pero mientras la economía cubana no cree riqueza suficiente por sí misma, lo que solo se logra con un régimen de mercado, las subvenciones se van agotando con destino a la supervivencia y sus consecuencias, por más que se quieran ocultar, se hacen palpables. A lo que no puede aspirar el régimen cubano es a mantener su férreo control del poder y que los demás países subsanen sus carencias. En realidad, esto no es tan nuevo, Ernesto Guevara se ponía furioso cuando la Unión Soviética echaba cuentas de la balanza comercial de ambos estados. Le parecía una incoherencia entre comunistas, pero olvidaba que cuando alguien recibe algo es porque otro lo ha producido, con todo lo que ello implica, y que rara vez cae del cielo.
José María Sánchez Romera.

 

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