Dietario de un fotógrafo pobre / Ayúdame a pasar la noche

De Marisol a Pepa Flores, del Plan de Desarrollo al Desarrollismo. La biografía pública de la niña Pepi es la biografía de un país que empezó en suburbio de campos de metralla con muros estarcidos con emblema bélico y llegó a ser portada en cuché extranjero en los tenderetes del turismo. De aquel rayo de luz a esta petición de ayuda para pasar la noche, va desde la Sección Femenina con sus Coros y Danzas regionales a la liberación de la mujer contada por el filósofo Aranguren. España entre dos olores; el uno de sacristía y Myrurgia espesa al olfato y el otro a skai recalentado de aquellos utilitarios que cruzaban las carreteras del verano a la busca de la playa. España pasó del luto y el perico de aceite a estridencia de colores sicotrópicos. La Marisol aquella era un país de alpargata y velo y la Pepa ya era otra España diferent que anunció Fraga en su destape de cuando Palomares. La década de los sesenta del siglo pasado terminó con los besos robados para iniciar los de tornillo. Y «Ayúdame a pasar la noche» es el último aldabonazo a la guapa de pueblo que quedaba para los atrezzos de Semana Santa y Fiestas Patronales o matrimonio de conveniencia y que pasa a convertirse en una voz que proclama su derecho a la verdad: la chica de la estación envuelta en gasa que anunciaba tras la morbidez textil una desnudez reclamando su deseo. Muchas y muchos cantaron alguna noche esta canción. Y ya nada fue igual, ni entre ellos ni entre ellas. ¿Canción protesta? Una copla de reivindicación que no ha sido reivindicada y pudiera ser el himno de la generación boomer de nuestra patria o fatria o país u oscura clavellina. En definitiva, es una tonadilla pop de Manuel Alejandro que daba voz a los cuernos, abría los armarios y acababa con el cuento cantando la historia natural de los sentidos. Todavía hay quien la canta, no se ha enterado que ya estamos en C Tangana. A la Pepa la recuerdo en esa época de la canción comiendo al mediodía en el restaurante Gades con sus niñas y luego, ya a la noche, en el Oliver de en frente, ya sin niñas, en plan gauche divine madrileña, entre Giocondos sobre los divanes en terciopelo rojo de la sala y bruma de humo, y espejos que eran receptores de miradas equívocas. La recuerdo bella, felina, delgada y con la tristeza húmeda del mirar miope o acaso de Marisol muy a su pesar. Luego sabemos que su biografía se ha retomado en otra cosa y nos ha dejado con la nostalgia del rayo de luz. Ella ha vuelto a ser la Pepi de barrio malagueño, olvidada o no de que fue producto financiero, mito que harta de estar harta se canso de lo uno y de lo otro y cantó lo de «Ayúdame a pasar la noche». Ya digo, un canto generacional.

 

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