Dietario de verano de un fotógrafo pobre / El pilar

 

El encuadre de monolito en pompier neoclásico a un grifo o fuentecilla popular por el barrio antiguo de Almuñécar, trae cola en las redes y hasta una rueda de prensa un pelo melodramática por parte de una opositora. Al final, tras los dimes y diretes entre romanos y cartagineses, ha vencido el buen criterio de eliminar el entuerto. A mi parecer, la cosa, que debería respetar los paños blancos del entorno, falla en su ubicación, ya que es más propia del Pierre Lachaise parisino. Lo que a muchos choca es el enlutado de la piedra, el perifollo de telón con el que se ha querido rodear ese grifo, popular surtidor de agua potable durante muchos años a parte del casco antiguo de Almuñécar. Ese aire de hito funerario en el devenir de la brisa viva, la cal blanca y los añiles que cenefan, suelo y cielo, en una de las costaneras mas transitadas del callejero mediterráneo de la localidad, ha quedado un mucho pomporé, aunque ya he dicho que a la imagen le han metido un photoshop en tiempo real y se ha repuesto en su secularidad de cuando el cantaro y el pipo. Lo cierto es que Almuñécar no tiene suerte en eso del mobiliario urbano y en concreto en el estatuario, que entre ninfas, abderramanes y marmoles que no encontraron cincel adecuado para su forma, se ha quedado en despropósito donde nada concuerda con nada o bastante poco. Sálvese de ésto el Fenicio de Miguel Moreno. Yo dejaría las fuentes, pilares y pilarillos en su cosa de pueblo: una estética limpia para el uso de prosa costumbrista y en el aconsejadamente aquello del menos es más. Ahora que los interioristas buscan en sus proyectos espacios donde la artesania rural se acompaña del chuchoté (susurrado) de las voces de Jane Birkin o Françoise Hardy, nosotros nos ponemos a recorrer la casa de Mujercitas de ‎Louisa May Alcott tocando al piano una romanza de zarzuela y allá por Navidad poniendo en la mesa una fuente de ponche. Ya rizando el rizo, no quiero ni pensar que a alguien se le ocurra poner al histórico pilarillo de la Coja, grifo de la Movilidad Reducida. A mi, al pronto, el empavonamiento de homenaje al grifo, me ha recordado a aquellas mujeronas de la copla cantando la historia de una muchacha que, esperando ver pasar al mozuelo de sus desvelos, entretenía las horas barriendo el humilde zagüan de su casa; para tal proceder la coplera salía al escenario arrastrando una escoba, aunque vestida con galas propias de Isabel II para su coronación. Una cosa de cuando el grifo era el feisbú del vecindario.

 

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