Por un lado la imagen se ha quedado en aquel tiempo y por otro éste último ha pasado por la foto. De los protagonistas no hay memoria, a no ser esos pequeños documentos fotográficos rescatados de polvorientos álbumes y cajas. En cualquier caso, testigos que nos miran desde aquel entonces sin saber que casi un siglo después les estamos mirando como si de la casa de los espíritus se tratara. Y aunque a alguno de ellos, por lazos familiares, podamos reconocer en su módulo físico, desconoceremos siempre como sería entonces su comportamiento y vicisitudes vitales.
Lo que está meridianamente claro es que nosotros todavía no estamos en su pensamiento, al igual que ellos sí lo están en el nuestro de ahora con todo un entramado de situaciones, de vivencias. En el orden biológico ellos ya no existen y nosotros en un mañana no estaremos, pero nuestras fotos digitales no contendrán esa magia de pose y mirada que ellos adoptaban ante la cámara (hecho extraordinario) que imaginamos grande y con trípode y un señor que tras el visor advierte que estén quietos para que la película quede capturada para el posterior proceso químico de laboratorio.
En algún remoto momento de ayer o acaso del futuro: ruinas y rocas es toda la elocuencia que muestra la imagen a nuestra mirada. La foto es el testimonio notarial de un paisaje sin turista, no obstante anunciar la pequeña construcción blanca, sobre el roquedal avanzado a la orilla que es un balneario para los saludables baños de mar, que la industria turística está a punto de iniciarse.
Pero lo más destacable de la foto es la desnuda realidad del paisaje: estamos ante una imagen que ha cruzado siglos, a no ser cierto que a los pies de la peña donde se ubica la fortaleza existiera un pequeño puerto de comercio para que el cabotaje romano dejara o llevara mercancía. ¿Y si fue? Probablemente el tiempo, la decadencia o los fragmento de rocas desprendidos de la peña para construir un perímetro defensivo por los árabes en lo que antes fue un recinto de población, terminara hundiendo la zona portuaria. Pero dejemos que esta última posibilidad se mueva en terrenos de la ficción y acaso en mi osadía propia de ignaro con petulancia. Lo cierto es que el propio bastión, bombardeado en la Guerra de la Independencia, sería ruina, luego osario y ahora arqueología con su palimpsesto correspondiente. Hubo algún prócer de imaginación alocada que quiso convertirlo en parador de turismo. Por fortuna, no pudo ser.
La foto está tomada en aquel tiempo de cuando la fotografía era un documento extraordinario, fenómeno singular, maravilla de maravillas que captaba fehaciente la realidad de un paisaje que mostraba mundos lejanos o nos asombraba de la fidelidad a los conocidos. Era el tiempo en que las fotos no abundaban y por tanto ese soporte no sufría de la banalización líquida y actual; una saturación de fotografiar la fotografía que ha convertido en marca patrón una localización y que se convierte en fondo donde retratarse nativos y turistas.
En definitiva estamos viajando en el tiempo y os proponemos comparar in situ este documento de ayer con el paisaje de hoy. Y esto es fácil: os situáis más o manos en la playa y fijar la mirada sobre el castillo de San Miguel, referencia que aún muestra su estructura, y comparar sobre la fotografía el bisturí del tiempo, los trabajos del hombre sobre el mismo. Un ejercicio a la búsqueda del tiempo perdido.