Dietario de verano con fotógrafo pobre / 12/7/21

 

Los veraneantes de hoy festonean los paseos marítimos; unos al paso rápido deportivo y otros sin prisa alguna, pero todos con la mascarilla al gusto siguiendo la libertad recomendada que el Gobierno ha dado para su uso. Los veraneantes de hoy lo son a tiempo limitado, nada que ver con aquellos para quienes el verano comenzaba el julio y terminaba avanzado septiembre. Hoy, para la mayoría, la vacaciones están cronometradas a un fin de semana o a lo máximo quince días sin dar tiempo a largos veranos para el anecdotario que dejaban las largas estancias de las familias capitalinas en lo rural profundo y éste para la otra. Ya tampoco la España de pueblo lo es, ni existe aquella clase media de la pérgola y el tenis.

En este verano, como en el anterior, parecemos todos convalecientes, dispersos, confusos como personajes en una obra de Tennessee Williams donde la señora Stone maquilla la pérdida de su belleza «en la penumbra, tamizada por la sedas, de su dormitorio» pensando que «siempre hay un tiempo para marchar aunque no haya sitio a donde ir» o para escapar del ánimo desalentador que llevamos dentro.

El verano 2020 nos descubrió que nuestro tiempo viene herido de esa liquidez (pensamiento líquido) que no admite reposo para la reflexión; un caudal tumultuoso, sin aspiración a regato, espeso y que desbordado en tsunami son masa de veraneantes que festonean los paseos y acumulan este verano más ansiedad provocada por la duda de si la situación tiene solución. Es una marcha exhausta caminando a ninguna parte

Luego viene el amanecer, ya sin pecios, silencioso, la playa es una franja gris sin bañistas y con gaviotas y palomas conviviendo, entre graznidos y zureos, promiscuas en la orilla.

 

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