El exabrupto / José María Sánchez Romera

 

El Presidente del Partido Popular a su paso por Granada hizo una especie de gracieta comparando la puesta de sol del Mirador de San Nicolás con la del gallego Finisterre. Es el típico asunto que se inventa algún asesor y que el político enfrascado en la campaña suelta sin pensar porque sencillamente no hay tiempo para la reflexión. Quizá haya sido un tanto inoportuno por el lugar elegido, la propia Granada, pero sin mayor importancia dentro del habitual derroche verbal de las campañas electorales. La cuestión ha alcanzado relevancia porque el socialista Manuel Pezzi, Presidente del PSOE de Andalucía, le ha llamado “cateto” y “tontopollas” en otra exhibición de inanidad, vulgar en este caso. Lo cierto es que el Sr. Pezzi nunca ha sido un político que se haya caracterizado por una gran sutileza y en este sentido tampoco es que vaya a decepcionar a mucha gente. Donde la anécdota cobra relieve es en tanto que síntoma.

Desde hace algunos meses todo lo que constituye el núcleo de poder recuerda aquel poema de Lorca, Muerte de Antoñito el Camborio, da saltos jabonados de delfín en la lucha política que se ventila, tratando de eludir un destino inevitable, como el del personaje lorquiano. Pero los cuatro puñales que lo harán sucumbir no serán ni el fascismo, ni la ultraderecha, ni pegasus, ni la oposición destructiva, en absoluto. Sus nombres son un ciclo político prematuramente agotado por los excesos de poder, una inflación sin control, subidas de impuestos en medio de una crisis económica y concesiones políticas a grupos antisistema hechas con el fin de sostener la legislatura que son de muy difícil digestión para amplios sectores de la sociedad. Los materiales ideológicos del Gobierno acusan una evidente fatiga que ya no parece que se pueda revertir como demuestra el tenor de lo publicado por el Sr. Pezzi.

Cualquiera que mantenga un grado mínimo de contacto con la realidad es perfectamente consciente de que las alertas sobre el peligro de la ultraderecha e incluso de un apocalipsis fascista ya hacen poca mella en el electorado. La mayoría sabe que se trata de un recurso último y, lo que es peor, denota pereza intelectual y abulia, incapacidad para buscar algo nuevo que ofrecer a los andaluces en las próximas elecciones distinto del ya cansino diapasón del repertorio al uso. El problema de insistir tanto en esto es que el día que vengan los verdaderos fascistas a lo peor no los vamos a reconocer y nos van a coger desprevenidos. Uno de los peligros del exceso de sentimentalidad en política es que conduce a la ruina o al conflicto social.

La realidad es que el exabrupto del Sr. Pezzi es una anécdota muy menor que será rápidamente olvidada como otras muchas salidas de tono de políticos en campaña porque más allá de ser chocante, carece de la menor relevancia. Son otras cuestiones las que delatan la gravedad de la situación interna del Ejecutivo, las cuales, aisladas, como el propio exabrupto, no pasarían de ser meros contratiempos lógicos en una gestión administrativa y política (cada vez más compleja, todo hay que decirlo, por el afán de muchos políticos de convertir al Estado en el agente más decisivo de la sociedad). Los rasgos que según el Gobierno identifican su trayectoria (justicia social, feminismo, servicios públicos, ecología, economía sostenible…) como máximos significantes de sus objetivos, no deberían salir del espacio de lo que es razonable, coherente y socialmente útil.

Episodios como responder en el Parlamento a una pregunta sobre la inflación aludiendo a la matanza de Texas (qué diferencia de atención informativa con respecto a la masacre de más de cincuenta cristianos en Nigeria) o el indulto a una mujer condenada por tener a sus hijos secuestrados criminalizando públicamente al padre que lo denunció, pese a estar libre de condena alguna, causan enorme desconcierto entre los ciudadanos. La indiferencia manifiesta con la que se afronta desde el Gobierno de la Nación la desobediencia de la Generalidad a los Tribunal de Justicia de Cataluña que ha determinado el deber de impartirse al menos un 25% en catalán en la enseñanza pública, contrasta con las severas advertencias a otros gobiernos autonómicos antes de que hayan incumplido la ley. En torno a esto último, que el Consejero de Educación de la Generalidad, quiera imponer a todos los niños catalanes su modelo educativo “de éxito” (sic), mientras él tiene a sus hijas (un asunto personal según el Sr. González Cambray) en un colegio privado donde no se impone la inmersión lingüística, revela el carácter totalitario que tiene una decisión afectante a un derecho fundamental. Igualmente, defender un férreo carácter localista más cerrado para la admisión de candidatos electorales, mientras se promueven políticas de fronteras abiertas y derechos garantizados para todo el que, da igual cómo, llegue a nuestro país, trasluce oportunismo. Hay cuestiones respecto de las que una gran mayoría de la población no se reconoce en base a las líneas divisorias que marcan las ideologías y comparten ampliamente algunos juicios morales básicos. Ignorar esto durante mucho tiempo y como modelo de acción política sin duda explica que los votos terminen cambiando de destinatarios.

José María Sánchez Romera

 

 

 

También podría gustarte