El gabinete del Doctor Caligari / José María Sánchez Romera

 

El gabinete del Doctor Caligari es una antigua película rodada en los años veinte del siglo pasado, una obra de culto que marcó tendencia en muchas producciones posteriores, siendo una de las más importantes eso que se llama “giro de guión”, donde nada al final es lo que parecía. La película de Martin Scorsese rodó en 2.010 “Shutter Island”, una película con evidentes influencias de la anterior, pues la acción se desarrolla en un manicomio, que es donde acaba la primera, y el protagonista no es quien parece ser aunque al espectador al final le quedan dudas sobre cómo interpretar el conjunto.

En los días pasados hemos asistido al que ha sido probablemente el giro de guión más inaudito de la política española de los tiempos recientes. El Gabinete del Doctor Sánchez, según corresponde a su grado académico, después de anunciar el armageddon fiscal y el colapso del estado del bienestar si se tocaban los impuestos en lo más mínimo, algo que por otra parte no había dejado de hacer últimamente, aunque a rastras, sorprendía a todo el mundo proponiendo unos tímidos alivios fiscales para las rentas más bajas. Junto a ellas se anunciaba el famoso “impuesto a los ricos” que de aprobarse van a significar que entre una modificación y otra el saldo resultante será una nueva subida de la presión fiscal, pero dónde irá el buey que no are. Cuestión distinta es lo que después la aplicación práctica depare teniendo en cuenta la improvisación con la que esto se ha concebido. Y todo acelerado por la intención del Presidente de la Comunidad de Valencia de hacer un modesto recorte de impuestos en su territorio. Hablamos por cierto del mismo político que días antes reclamaba las penas del infierno fiscal para la que podría llamarse “banda de los deflactadores” (Madrid, Andalucía…). Sin embargo, el Sr. Puig explicó muy convencido que la inmoralidad fiscal puede ser virtud si la hace un gobierno de izquierdas al modo como la piedra filosofal convierte en oro el metal más vil.

Fue Talleyrand quien dijo que todo lo exagerado es insignificante. Desde el Gobierno y los grupos que lo apoyan han dicho tantas cosas y con tanta desmesura sobre la moderación fiscal que viendo que no podía mantenerse un discurso solo respaldado por los espejismos provocados por lo meramente ideológico, se han visto obligados a rectificar. Una rectificación tanto más dolorosa cuanto más evidente se ha hecho la contradicción y cuando no han tenido más remedio que admitir que la población saluda que le alivien sus obligaciones con el sector público por más que le digan que cuanto más contribuya va a vivir mejor, porque eso no se percibe así, básicamente porque no es verdad.

La insostenible idea de que los males sociales vienen de ese “hombre del saco” llamado neoliberalismo empieza a tocar techo si no lo ha hecho ya. La población ve que el aumento de los esfuerzos contributivos que se le exigen no redundan en beneficios apreciables en forme de retornos provenientes del sector público. Y no es que esto sea un mal propio, algo que ocurre solo en España por mala gestión de los recursos, que también. La cuestión responde a los resultados que proporciona cada modelo económico y es tan sencillo como ver que unos modelos funcionan y otros no. Si ponemos una escala del 1 al 5, siendo el menor una sociedad de organización muy liberal económicamente y de nulas restricciones al libre comercio y la competencia y el mayor un estado regido por una organización económica de carácter socialista o comunista si se quiere, podemos ver que la prosperidad social va decayendo a medida que vamos subiendo en la escala. Esto es un hecho tan evidente como que a los países de escala 5 no emigra nadie, de hecho huyen de ellos, y que quienes abandonan su país buscan lugares no donde el estado los tutela al máximo sino en los que se puede mejorar económicamente trabajando. Hasta el punto de preferir una gran desigualdad social con respecto a los escalones sociales más altos, pero con un nivel de vida mucho mejor que el que le proporcionaba el estado benefactor.

Es verdad que en aras de garantizar ciertos mínimos en una economía libre de mercado ciertas dosis de intromisión pública en la moderación, incluso sin necesidad de que sea justa, del resultado distributivo no tiene que ser negativa sino al contrario. Adam Smith (La riqueza de las naciones) sostenía que un liberal que cree en el mercado apoya las intervenciones públicas en donde se demuestre claramente que los fallos del Estado son menores que los del mercado. Pero cosa distinta son estos “modernos” estados absorbiendo para sí la mitad de la riqueza nacional (el trabajo de todos, al fin y al cabo) para financiar su intervencionismo hipertrofiado.
Contemplado el tiempo con la escasa perspectiva que aún tenemos es francamente asombroso que el furor fiscal haya podido alcanzar cotas tan elevadas de popularidad, que tanta gente se haya podido convencer, está claro que ya no lo está una vez se han tocado ciertos límites, de que un tercero podría manejar sus intereses mejor que uno mismo. La Comunidad de Madrid llevaba muchos años bajando poco a poco sus impuestos, pero nunca provocó un efecto mimético, incluso los dirigentes del Partido Popular de otras regiones marcaban distancias con esas políticas “neoliberales”. De repente en Andalucía el Sr. Moreno Bonilla dijo que el rey estaba desnudo y todo se dio la vuelta. Era una verdad elemental que siempre estuvo ahí.

José María Sánchez Romera.

 

 

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