El instante más oscuro / José María Sánchez Romera

 

Comenzar la mañana como cualquier otro día y oír en todos los noticiarios lanzando al aire la palabra guerra ha podido hacer pensar a algunos que se trataba de un sueño prolongado por el duermevela. Por desgracia no era así y lo que en siempre quisimos creer que no pasaría de una estrategia de amagos, una fingida amenaza que se resolvería entre todos los concernidos mediante una serie de mutuas concesiones más o menos confesables, se ha quedado en un desiderátum. La amenaza era real y las intenciones del autócrata ruso eran las que el masivo despliegue de tropas y armas de combate exteriorizaban. Nunca fue teatro y la retórica pacifista de Vladimir Putin en las horas previas al ataque fue su confirmación. Como escribe Clausewitz en su canónico “De la guerra”: “Jamás puede introducirse en la filosofía de la guerra un principio de moderación sin cometer un absurdo”. O aplicado al ataque ruso a Ucrania: nadie despliega más de cien mil soldados en la frontera de otro estado si no es para invadirlo.

Ya entra casi en el libro de estilo de todo episodio bélico tener presente al Premier británico Winston Churchill y esta vez ha sido recordando la película, limitadamente hagiográfica, “El momento más oscuro”. La cinta del año 2.017 recuerda los tambaleantes inicios de Churchill como Primer Ministro concentrados en las tres semanas posteriores a su nombramiento. El guión, licencias cinematográficas aparte, sigue de manera bastante fiel la biografía de Churchill escrita por el político laborista británico Roy Jenkins en 2.001, en su parte quinta (21 días de mayo y La terrible belleza del verano de 1.940, partes 3 y 4). Jenkins en su libro revela que Chamberlain usó la expresión “día negro” y Churchill, en una comunicación al gabinete ministerial, “días oscuros”. Los noticiarios han empleado parecidas expresiones dramáticas cuando se han iniciado los ataques a Ucrania con la fatídica diferencia que va de reconstruir la historia mediante la ficción a repetirla en la peor de sus facetas.

En estos días se ha insistido mucho en rememorar y establecer paralelismos entre el Pacto de Múnich y la asimilación entre la zona rusófila de Ucrania y la zona checoslovaca de los Sudetes. Con las inevitables salvedades, ningún proceso histórico es idéntico a otro y puestos de buscar similitudes, la agresión a Ucrania recuerda más al Anschluss que a la amputación territorial sufrida por los checos. Para Hitler Austria era una parte más de la Gran Alemania, como para Rusia, bajo su hegemonía, Ucrania es por historia una prolongación de la gran hermandad eslava. Múnich fue un acuerdo entre potencias, todo lo vergonzoso y criticable que se quiera, pero un acuerdo a fin y al cabo, mientras que los casos de Ucrania y Austria son agresiones armadas. La diferencia es que la Wehrmacht entró en Austria sin hacer un solo disparo y Rusia ha entrado en Ucrania a sangre y fuego empleando como estrategia militar la guerra relámpago ante un adversario claramente inferior.

El despiadado ataque ruso ha venido envuelto en el tradicional discurso de mentiras y manipulaciones en torno a supuestas humillaciones, agresiones y persecución de grupos humanos culturalmente afines al invasor que hacen inaplazable la necesidad de protegerlos, por la fuerza naturalmente. Toda esa jerga tan burda por tópica hace difícil creer que Putin haya podido engañar realmente a los actores políticos del mundo occidental. Al contrario, todos sabían que Putin ordenaría atacar Ucrania, de hecho así se decía a diario desde los USA, la cuestión es que el ruso sabía que no se iba a producir una respuesta militar de la OTAN y por eso lo ha llevado a cabo. La única acción ante una inminente agresión es poner en enfrente una fuerza igual o superior, lo demás es mera gestualidad. Ese desfile de mandatarios europeos para pedirle a Putin que no atacara, obviamente se le habrán hecho todo tipo de ofertas a cambio de no cumplir su amenaza, han sido una evidente muestra de debilidad que no ha pasado desapercibida para Putin, que no es que sea más fuerte, es que sabía hasta dónde llegarían sus contrarios. Él se sabe inmune ante su opinión pública, podrá esconder los ataúdes que vengan de Ucrania y de las privaciones culpará al enemigo exterior. En Occidente eso sencillamente no se acepta desde Vietnam donde los americanos salieron derrotados sin perder una batalla. El desplome fue moral, no militar, exactamente igual que en Afganistán.

La cuestión es que el primer mundo decida qué quiere ser: un tranquilo balneario para una población envejecida y acomodada o un factor decisivo en el concierto mundial. Si la Unión Europea, USA y la OTAN, que son al fin y al cabo una misma cosa, creen que las sanciones económicas van a terminar disuadiendo a Putin se están equivocando. Rusia cuenta con el apoyo de China y todo su potencial económico y militar, junto con sus países satélites. China está preparando su hegemonía mundial debilitando a Occidente, ahora utilizando un enemigo interpuesto para poner de manifiesto su debilidad. Luego y de forma paulatina se irá produciendo el acercamiento al más fuerte que la experiencia nos enseña como regla de vida.

El final más previsible es que Rusia consolidará su posición en Ucrania a la que convertirá en un protectorado ruso mandando un aviso al resto de la zona para que se disponga a seguir lo que desde el Kremlin se ordene, reviviendo en términos geoestratégicos el bloque soviético apuntalado por el inmenso potencial de China (que lleva tiempo mirando a Taiwan y observa estos movimientos para anticipar futuras reacciones a sus afanes expansionistas). Europa con su crónica y suicida dependencia energética de Rusia aceptará cualquier fórmula de compromiso para salvar de alguna forma su prestigio y el mundo se dirigirá hacia un nuevo orden. No va ser mañana, ni pasado, pero será.

 

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