Las llamadas aporías son juegos especulativos que en filosofía buscan forzar contradicciones en los que prescindiendo de elementos de la realidad sensible se hace posible plantearlas. La señora Colau, Alcaldesa de Barcelona, militante de izquierdas con toda la carga de presunciones positivas a las que eso se asocia, ha dicho que quien quiera estudiar en español en Cataluña debe buscarse un colegio privado. La regidora, conforme a sus valores ideológicos y en tema tan capital como la educación, considerada como un derecho humano fundamental, convierte sus convicciones en aporéticas y habría entrado en un conflicto insoluble con sus más profundas esencias ideológicas ya que está negando la enseñanza pública incluso a quienes carezcan de medios económicos para pagar una educación privada. No lo serán por cuanto ese orwelliano doble pensar es coherente con el método por el cual dos situaciones idénticas no tienen que ser valoradas del mismo modo.
Casi tan lejano ya como el omnipresente Franco, en el PSOE se debatió en los inicios de los ´80 la eliminación del marxismo de su programa ideológico, lo que motivó graves convulsiones internas. La teoría marxista gozaba todavía entonces de gran prestigio intelectual, una auténtica aristocracia del pensamiento social teórico, y los regímenes comunistas del Este de Europa aún no daban señales de la aluminosis interna que aquejaba al sistema. Al final se impuso el pragmatismo como óbolo necesario para alcanzar el poder y el término desapareció del prontuario socialista. No obstante, Alfonso Guerra aclaró que si bien se dejaba el marxismo de lado como aspiración última de la acción de gobierno, empero se seguiría utilizando como método de análisis social. El dirigente socialista proponía en realidad un imposible: si se parte de unas premisas dadas para el conocimiento social, las conclusiones que del mismo se extraigan conducen forzosamente a la teoría que las premisas condicionan y volveríamos, no de forma paradójica sino inevitable, a la teoría abandonada. Su propuesta era una aporía porque es imposible descartar como erróneo un sistema teórico si se siguen utilizando mismas herramientas epistemológicas que nos llevarán a un idéntico resultado. Si partimos de apriorismos teóricos, pongamos por caso la teoría marxista de la explotación, no podrá obtenerse otra conclusión que la injusticia implícita en el trabajo asalariado. Trasladado al mundo de las ciencias físicas: si en un experimento se emplean de forma reiterada los mismos elementos, los ensayos nos darán un único fenómeno y no podrá verificarse la validez de la hipótesis al prescindirse de considerar como parte de la misma variables distintas que puedan desencadenar otros efectos. Salvo que el método consista precisamente en omitir de forma deliberada aquello que no sustenta la tesis como forma de sustentar su validez. De ello ya nos advirtió Popper en “Miseria del historicismo”.
La España constitucional no es obviamente una aporía, nuestro conjunto de factores sociales concurrentes es racionalmente viable dentro del marco que la inspira. Responde al clásico modelo de democracia parlamentaria en el que mayorías legislativas cambiantes comparten la importancia de los puentes que tienden entre ellas sus instituciones. El problema se crea cuando se traba una coalición de facto a la que solo une lo que la separa de su alternativa política y como consecuencia los puentes que permiten los tránsitos sociales graduales son demolidos. Vuelven entonces las viejas andadas ideológicas a las que el hegemón recurre para encubrir sus propios disensos, como el marxismo recurría a hombres de paja abstractos como cimiento de sus teorizaciones. El método aporético, perfectamente estructurado, en virtud del cual se debe introducir en el debate lo que no existe o eliminar toda función que cuestione el discurso de la facción política que se ha articulado como mayoría. Lejos de buscar la centralidad de gobernar para sectores amplios de la sociedad, se impone la mirada fija solo hacia los afines, el número de grupos es directamente proporcional a la división que provocan, que comporta una dirección del país reactiva y no constructiva. El método de esta política es un resultado en sí mismo. Su éxito se mide en la in(pu)munidad de la acción política al control institucional, incluido el de los tribunales, no digamos el parlamentario, con una mayoría que actúa como blindaje frente a cualquier contingencia. Es un método inspirado en la aporía al eliminar de la realidad que no conviene en las decisiones que afectan al interés general.
Volvemos con la Alcaldesa de Barcelona y su “invitación” a que los castellanohablantes se paguen su educación si no quieren la enseñanza basada en la inmersión (el término no puede ser más elocuente) lingüística catalana. En semejante tesitura, las posibilidades para los padres de un niño con recursos económicos insuficientes para pagar su educación en español vemos que serían negativas en todos los casos. La primera, escolarizar a su hijo en catalán contra sus deseos. La segunda, trasladar su residencia de Cataluña, lo que constituiría un exilio obligado. Y la tercera, no escolarizar a su hijo y con ello acabar siendo perseguidos por la administración y los tribunales (lo que no parece que les vaya a ocurrir a quienes se niegan a reconocer sus derechos). Es el fiel reflejo de la estructura del método. La patente incompatibilidad entre la igualdad de derechos que dice defender la Sra. Colau y su postura en este asunto es además un engranaje esencial de su eficacia porque permite defender una cosa y la contraria sin ningún reparo porque el método, eliminando una parte de los hechos, justifica el comportamiento y mantiene la apariencia de estar en el lado correcto de las cosas.
Por aplicación del método, aprobar o derogar las leyes constituyen actos que se justifican en sí mismos y las consecuencias, de ser negativas, solo deberán ser juzgadas en el terreno de las intenciones. El método también promueve la victimización de grupos determinados a los que atribuye un estatuto, legal o social según el caso, de acreedores sociales mediante la colectivización de la responsabilidad que se deriva de actos individuales. Para eludir toda deslegitimación el mal está metafísicamente uncido a la ideología de los grupos discrepantes, puestos cerca de la disidencia antisistema incluso por algunos antisistema, y en la cúspide de todos esos imaginarios, historia pasada y presente, verdad y mentira (incluso la demostración de una mentira particular puede confirmar una verdad general (¡), se ajustarán con perfección geométrica a los marcos que el método delimita. Desafiando a Descartes, el método no deja espacio para la duda.
Algunos confían, como Ortega y Gasset (“España es el problema, Europa la solución), en el fusible europeo que nos evite un final a lo “Thelma y Louise”, tan desmesurado como el delirante guión que culminaba. ¿Europa? Prudencia, siglos de guerras la contemplan.
José María Sánchez Romera.
*El título no es una errata.