Escupir al cielo / José María Sánchez Romera

Discrepar de la línea política de un gobierno no es desear que se equivoque porque sus errores son un mal que se generaliza. Es consustancial al régimen parlamentario que la oposición política parezca desear los tropiezos más que los aciertos del ejecutivo, pero eso carece a la postre de mayor relevancia cuando el que gobierna marca una línea coherente y realista sin se le exija una perfección que es imposible en la actuación humana. Cuando un gobierno convierte en enemigos a todos los que lo critican y solo actúa guiado por el instinto de supervivencia, como un animal herido que se defiende, significa que se encuentra en una crisis de identidad muy profunda.

El profesor José María Marco ha publicado recientemente un libro que se titula “Azaña, el mito sin máscaras”. Una de las cosas más interesantes del libro son rememoraciones históricas que parecen referidas al presente y que se extraen de las frases y actitudes del propio Azaña. El gran símbolo humano de la Segunda República expresa ese sectarismo nihilista que estamos viviendo en estos tiempos donde tantas certidumbres han sido devastadas. En una de sus últimas conversaciones con Alcalá- Zamora, al que sucedería en la Presidencia de la República, éste le reprocha que piense que las derechas nunca tienen razón a lo que Azaña replica que a él todo lo que es derecha “le repugna”. Resulta extraña la mitificación, a izquierda y derecha, de este personaje que encarna como ninguno el fracaso del doctrinarismo extremo que se niega a trascender de su ensoñación teórica y rechaza obstinadamente tomar la senda del realismo, mezclando a partes iguales la doblez moral y el autoengaño.

España parece a punto de implosionar y cualquiera que quiera ver objetivamente lo que está ocurriendo estará muy preocupado. De nada va a servir que desde el poder se trate de fabricar narrativas frente a las justificadas expresiones de malestar social, el dato mata el relato. La democracia consiste en escuchar a toda la sociedad, no solo a la parte que está en sintonía con el poder. No se reúne a cientos de miles de personas a base de consejos de administración del IBEX 35, ni con quienes tienen saneadas cuentas corrientes y sólidos patrimonios. Se están haciendo oír ciudadanos que con graves dificultades cada mes tienen que cuadrar sus cuentas familiares y cumplir con sus obligaciones legales. Esa realidad tiene dos formas de abordarse: trabajando en ella con paciencia a la búsqueda de soluciones o luchar contra ella sin darle cuartel en la esperanza de vencerla. Esto último nunca se va a conseguir porque aun cuando decaiga la efervescencia de la protesta los hechos con sus secuelas seguirán ahí.

El Gobierno ha venido tomando decisiones dirigidas a una serie de sectores determinados considerando que repercutiría solo a ellos, como si fueran elementos aislados de una sociedad estamental y olvidando que la realidad social contemporánea es capilar. Esa, junto con gestos de delirio voluntarista, ha sido la impronta de las decisiones energéticas, fiscales, sociales o territoriales. Modelo de referencia para captar el sentido de esas decisiones ha sido despenalizar la actuación coactiva de los piquetes en las huelgas concediéndoles manto de impunidad. El Gobierno se ha encontrado con que la ley que derogó deja un vacío que lo pone ahora en evidencia, tras haber creído, en su etapa más narcisista, que el guión oculto de esa reforma legal solo beneficiaría a sus terminales oficiosas. Siempre se ha dicho que no se debe escupir al cielo.

La inmensa mayoría no quiere por principio, con él vamos todos, que el Gobierno fracase. Las elecciones llegarán, pero de momento lo que se deben emplear son criterios razonables, abandonar las posiciones nacidas de veleidades estéticas o del fundamentalismo intervencionista y si el Gobierno no encuentra la solución, entonces tiene que convocar elecciones. Bajar los impuestos es una cuestión de justicia y supervivencia porque la inflación y la carestía de los bienes de primera necesidad han afectado muy negativamente a amplios sectores sociales, esenciales para mantener el pulso de la economía. De forma correlativa debe descender el inmenso gasto público del Estado y del resto de las administraciones, que tienen que dejar de controlar la mayor parte de la renta nacional, renunciando a todo gasto prescindible para equilibrar las cuentas y no agravar los males de una deuda pública y privada que a poco que empeoren las cosas puede llevarnos a un default general (entonces aprenderemos lo que son recortes). Si todo es debidamente explicado y los esfuerzos son compartidos, una gran mayoría aceptará los sacrificios que conlleven, mucho menores que si se llega a una debacle. De otro modo el desastre estará garantizado y para justificarlo no bastará con culpar de todo a un grupo de saboteadores de extrema derecha o a los quintacolumnistas de Putin.

 

También podría gustarte