Farenheit 2021 / Tomás Hernández

 

Leo la noticia en la web elcastellano.org porque el titular que la precede, me parece increíble. Dice así: “Farenheit 451: En Canadá retiran libros de bibliotecas y queman muchos de ellos”. La imagen que tenemos asociada a la quema de libros procede de la Inquisición europea, no sólo española. El manual de la Inquisición, “Maleus maleficarum” (“Martillo de brujas”) es obra de dos teólogos alemanes. La imagen más reciente de la quema de libros es la de las plazas de la Alemania nazi. Por eso me sorprendió leer el nombre de Canadá y sobre todo la fecha de la noticia, 13 de septiembre de 2021. La firma el periodista Thomas Gerbert desde Radio Canadá.

La organizadora de la quema es la Providence Catholic School Board de Ontario, que dice haber dado a la hoguera o al olvido unos cinco mil libros infantiles sobre los aborígenes. La finalidad y la justificación de las hogueras es “un esfuerzo por reconciliarse con las Primeras Naciones” y lograr su inclusión social. Y escribo hogueras no como metáfora. Algunos libros no fueron simplemente reciclados o retirados de las estanterías escolares de la Providence, sino quemados ritualmente y la escena difundida en vídeos, acompañada de textos como el que aquí transcribo: “Enterramos las cenizas del racismo, la discriminación y los estereotipos, con la esperanza de crecer en un país inclusivo donde todos puedan vivir con prosperidad y seguridad”. El primer vídeo se rodó en 2019 y la Providence quería repetir y filmar el aquelarre en cada uno de sus treinta colegios. La pandemia lo impidió. Se llamó a la ceremonia la “Purificación de la llama” y las cenizas de los libros se utilizaron como abono para plantar un árbol de reconciliación. Entre los libros purificados por el fuego o abolidos están “Tintín en América” del gran Hergé, por su lenguaje inaceptable y la representación negativa de los pueblos aborígenes. También se retiraron cómics del bandido Lucky Luke y la obra “La conquista del Oeste” también fue censurada por llevar en el título la palabra conquista. El libro “Traficantes entre los hurones”, del periodista André Noël, fue igualmente abolido porque los nativos hurones eran algo “borrachucios”. Si esta quema y destrucción de libros pretende la justicia histórica y la inclusión social, por qué no se devuelve a los herederos de los nativos parte de las tierras arrebatadas y los intereses acumulados por el usufructo. Eso sí que sería una inclusión eficaz, de la pobreza a la riqueza. Pero son utopías, quemar libros es más fácil.

Cuando llevaba a mis clases algunos ejemplares de “Los milagros” de Berceo, por ejemplo, no despertaba entusiasmo alguno. Pero las cosas no son lo que aparentan y cuando abríamos el libro, un ejemplar para cuatro o cinco alumnos, lo que encontraban no eran beaterías piadosas, sino obispos corruptos y soberbios (“La casulla de San Ildelfonso”), monjes fornicarios (“El sacristán fornicario”), clérigos callejeros (“El clérigo y la flor”), borrachos hasta el “delirium tremens” (“El monje borracho”), ignorantes (“El clérigo ignorante”), abadesas embarazadas (“Un parto maravilloso”) y todas las corrupciones eclesiásticas, como la simonía, venta de cargos, y el nepotismo, herencias de abadías, conventos y obispados. Hasta una Virgen María, celosa de que uno de sus devotos vaya a casarse, rapta el cuerpo de la muchacha de las manos del novio cuando éste va a abrazarla. ¿Quemará la Providence también a Berceo?

Que la historiografía se ocupe en la búsqueda constante del pasado común, la historia, es necesario y saludable, como decía el filósofo vienés Karl. R. Popper, y que se enriquezca con nuevas perspectivas y reparación de injusticias y falsedades; pero quemar libros no sé si ayudaría mucho. Una tea llameante junto a un libro sigue produciendo escalofríos.

Tomás Hernández

 

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