Hacia el Estado invertebrado / José María Sánchez Romera

Si los devotos del Estado no conocen lo que implica esa idea y prefieren corromperla como mera función de una utilidad política la crisis del sistema solo es cuestión de tiempo. Y si en política donde casi nada es lo que parece, ya nada ni es ni parece, no extrañe a nadie que la frustración ciudadana pueda canalizarse hacia soluciones con finales turbios. Quizás el error esté, y más que quizás, seguro, en que cuando se tiene un concepto tan amplio de las capacidades de ese ente al que llamamos Estado se termina por olvidar hasta dónde debe llegar para ser útil. Cuando desde el mismo Estado se pone en el mismo plano su propia seguridad, el interés de quienes lo dirigen y las manifestaciones más primarias de nuestra naturaleza, de tal manera que resultan intercambiables como prioridades públicas, solo nos queda concluir que la LOMLOE no va a causar ningún mal que ya no esté hecho. El Estado es una estructura y sus elementos esenciales deben ser preservados ante todo y por supuesto con preferencia y en todo caso de los que no lo son.

Lo anterior como habrá sido fácil advertir se refiere a nuestro país y visto con objetividad lo que está ocurriendo no es en modo alguno incoherente con las fibras que se han utilizado para componer el paño gubernamental. Tiene razón Gustavo Bueno cuando dice que no existe la izquierda sino las izquierdas y que el singular es un mito (que como todo mito simboliza una aspiración siempre frustrada). Un mito igual a su utopía final, la sociedad perfecta, que está en la búsqueda imposible de su síntesis, lo que refuerza más aún el mito. Una tesis de unidad inalcanzable que vamos viendo confirmada en un Gobierno compuesto por esas izquierdas en diario conflicto, donde unas defienden, hasta donde lo táctico se lo permite, la seguridad del Estado, mientras otras no dudan en socavar sus bases para hacer que caiga. Esa unidad en el desacuerdo no es otra cosa que el intrínseco estado de contradicción en el que la izquierda cabalga con la desenvoltura de lo innato. Durante la Revolución Francesa el lugar donde estuvo instalada la guillotina pasó a llamarse Plaza de la Concordia, al fin y al cabo, según piensan algunos, el lenguaje si no crea la realidad, al menos la precede.

Por eso esta semana hemos transitado de una crisis en los servicios de inteligencia del Estado, creada desde el propio Estado (es la contradicción que no cesa) a un profundo debate sobre cómo se afrontan los efectos de la menstruación femenina (habitual pleonasmo) en el horario laboral. Parece que ningún responsable ha pensado que cuando un Estado es puesto en peligro o espiado por otro su respuesta es actuar contra ese peligro y espiar al que te espía, lo de ir al juzgado es casi cómico, y que cuando cualquier persona por el motivo que sea sufre alguna circunstancia incapacitante, tiene que dejar de trabajar y recuperarse. Conseguir que ambos asuntos sean informativamente intercambiables puede parecer una gran capacidad del Gobierno para imponer la narrativa que más le conviene, lo cierto es que resulta más bien un problema (y muy serio) de una parte importante de los medios de comunicación y de cómo ejercen su responsabilidad como “cuarto poder”. Lo que nos muestra esa intercambiabilidad, disfrazada de astucia, de dos materias tan dispares y de trascendencia tan alejada es la confusión en la que vive el Gobierno con dos almas en incesante conflicto a lo que se añade la perturbación que provoca la unidad estratégica de su facción minoritaria con unos socios parlamentarios, imprescindibles para el diseño ideológico, pero que son una verdadera pesadilla cuando hay que guardar las apariencias cumpliendo ciertos convencionalismos necesarios de cara a nuestra homologación, siquiera formal, con ese mundo occidental que supuestamente inspira nuestros métodos políticos.

Esa dispersión en los métodos, las alianzas y las prioridades, aprovechadas también para disimular humanas ambiciones, tienen por supuesto consecuencias en el diseño y maduración de las decisiones importantes. El grave problema de la inflación con su secuela del alza de precios en los productos básicos, especialmente las energías, ha sido abordado de la peor forma posible y va a empeorar las dificultades. Toda la retórica populista que se ha acompañado a estas medidas agotará su eficacia en poco tiempo cuando se hagan palpables sus consecuencias. Intervenir los precios limitándolos o subvencionándolos es una receta tan vieja como probadamente desastrosa. Solo la ideología no se ha enterado aún del fracaso de una praxis que, lejos de asumir que es un error, acusa de mala voluntad a quien la critica. Si se quiere fomentar un buen orden económico hay que afrontar algunos sacrificios, no de lo básico, sino de lo prescindible. Decir que en la administración no hay margen para eliminar gasto con el que aliviar a las economías privadas, no resiste una discusión mínimamente seria. Lo preocupante es que se hayan dedicado más energías al enredo de los espionajes y al asunto de la menstruación que ya se encuentra previsto en la página 98 del Manual de Tiempos Óptimos de incapacidad temporal que edita el INSS.

Pese a todo siempre le quedará al Gobierno la mangante oposición para aprobar a coste cero leyes como la de Seguridad (y confiscación) Nacional con cuyo ahorro pueden costear sus amistades peligrosas, lo cual está además muy bien porque así los recortes los soportan los ricos.

 

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