Jorge Mario Bergoglio, Papa de la Iglesia Católica, ha concedido una entrevista a Carlos Herrera locutor señero de la Cadena COPE y como siempre las palabras del Sumo Pontífice no han dejado indiferente a nadie. Como anécdota queda la forma en que el medio y el periodista han difundido la entrevista y que de alguna forma ha recordado la discusión entre el malogrado batería de los Rolling Stones, Watts, y el vocalista, Jagger, sobre si quién era el secundario de quién.
No hace mucho el Papa Bergoglio provocó cierta desazón con aquello de que el milagro de Jesús no fue multiplicar los panes y los peces sino repartirlos, para el Papa multiplicar es acumular bienes materiales, es decir, codicia, mientras que la virtud es compartir. Esa idea responde a una loable espiritualidad siempre que se prescinda, claro, de los factores numéricos, es decir, cuántos hay para recibir y cuánto para repartir. Y tener una solución para cuando ya nada quede por repartir porque nadie se dedicó a multiplicar.
Es evidente que el Papa asocia pobreza con bondad, ve en el pobre lo ontológicamente puro y en la riqueza y el rico la ciega codicia que lleva a la acumulación mucho más allá de la necesidad. El problema es que después propone que quienes tienen más bienes los distribuyan entre los más necesitados. Pero entonces si todos fuéramos pobres, si nadie, por más egoísmo que guíe su ánimo, crea riqueza, ¿cómo se podría mejorar la suerte de los más desfavorecidos si todos compartirían esa misma condición? El Papa, pese a ser jesuita, actúa bajo una inspiración primitivamente franciscana y de ahí que adoptara el nombre del santo asisiano para el ejercicio de su alta dignidad. Las palabras del Papa nos trasladan además las creencias que alumbran su cosmovisión de la sociedad y del mundo. Se dice al hilo de todo ello que el Papa es socialista, pero eso es simplificar en exceso la cuestión.
El socialismo del Pontífice tiene que ver más con la con la solidaridad de la catacumba, del primer cristianismo forjado en la persecución y la clandestinidad, necesitado de repartir en esa forzosa escasez, lo que resulta ya anacrónico. Es también un socialismo intuitivo, casi un “a priori” kantiano, una verdad percibida antes de la experiencia (y podemos decir que mantenida pese a la experiencia). Responde asimismo a ese concepto superado, pero no abandonado, de que la riqueza es algo dado y estático en el que algunos se apropian arteramente de la mayor parte, siendo lo justo precisamente lo contrario, repartir lo que hay de forma igualitaria. Obviamente la riqueza no es una magnitud dada, una cantidad estática, la riqueza se crea y multiplica gracias a la inteligencia humana acompañada del progreso tecnológico siempre que no se constriña la libertad para que ambos se desarrollen. Naturalmente resulta mucho más fácil explicar que si hay dos vasos de agua y dos personas para beber a cada uno debe corresponder un vaso porque ambos tienen el mismo valor y cumplen la misma función, que razonar el por qué cada vaso tiene un distinto valor marginal a causa, por ejemplo, del diferente origen del agua que llena cada uno o de la diferente necesidad subjetiva de cada individuo y de ahí que la cuestión no se resuelva con el mero reparto, solo aparentemente equitativo, de bienes.
El Papa ha hecho en la entrevista dos apreciaciones de importante calado que deben motivar reflexiones separadas. Una se ha referido a lo que denomina cultura del descarte y la otra, refiriéndose a España, en cuanto a una supuesta necesidad de reconciliación interior con su propia historia relativa a la cuestión catalana. En ambos casos se echa de menos un empeño más profundo en su análisis de estos problemas.
Su llamada cultura del descarte está bien argumentada y es sólida, lo que es inútil ya o una carga se evita o se suprime porque incomoda y hace especial referencia a los casos de las personas mayores y el aborto. Pero esto no es más que la plasmación del hedonismo dominante que favorece un Estado que resuelve esos problemas legislando en tal sentido. El problema es que el Papa no reniega sino que es partidario del intervencionismo del Estado y si acepta esto hay que jugar con toda la baraja, no caben los descartes. No puede pedirse que exista la predisposición al sacrificio personal y material por los niños y los ancianos si eso ya no es cosa de las familias sino una cuestión pública que resuelven las leyes como otras muchas cuestiones morales en las que el Estado interfiere de manera constante. Tampoco el Papa alcanza a ver que la cultura del descarte puede ser causa o al menos un epifenómeno de otra cultura, la de la cancelación, esa aberrante corriente de pensamiento que se niega al debate intelectual y deshecha toda idea que implique cuestionar sus dogmas y que promueve la muerte civil sin derecho a defensa de quien lleva a cabo una acción o realiza un comentario considerado inaceptable. No se le ha oído a Bergoglio crítica alguna a ese sectario y extendido movimiento que ha sido repudiado incluso, de manera más o menos rotunda, por gente tan poco sospechosa de liberalismo (asumiendo a efectos dialécticos ese término como significante del mal) como Noam Chomsky entre otros. No resulta nada insólito considerar que si hay quienes no pueda soportar que se expresen creencias o hechos que contrarían sus convicciones, mucho menos asumirán sacrificios hacia otras personas que condicionen sus perspectivas vitales.
Por último y cuanto a la reconciliación que sin duda con buena fe recomienda a los españoles respecto de su historia, se advierten dos elementos negativos que convergen en la opinión del Papa. Primero el condicionante de su propio origen que lo lleva a ver a España desde una óptica colonialista, muy en boga actualmente por las tierras americanas, de tal manera que por principio y siguiendo ese esquema mental considera víctima a todo el que invoca la condición de territorio invadido. De esa forma, si el independentismo catalán alega estar sojuzgado por los españoles el Papa casi de forma mecánica adopta una postura crédula y comprensiva hacia esa reivindicación. No de otro modo puede entenderse que aconseje a los españoles reconciliarse con su historia, que es prácticamente lo mismo que decirles que reparen el mal causado, que por cierto no se toma ni la molestia de concretar, lo que demuestra su ignorancia sobre la existencia de un problema de fondo. El segundo elemento es de puro desconocimiento del pasado y del presente. Cataluña no es ni ha sido un territorio sometido a ninguna clase de dominación o gobierno de tipo colonial, en realidad es todo lo contrario, los que promueven la separación de España padecen ninguna persecución, sino que son los sectores sociales contrarios al secesionismo quienes tienen que luchar a diario para que sus derechos sean respetados pese a estar reconocidos en la Constitución. Tanto la lengua como la cultura españolas, siendo mayoritarias, están prácticamente desaparecidas de toda visibilidad oficial y la presencia del Estado, se reduce a la bandera que debe ondear en los edificios públicos. No obstante, aunque el Papa está sesgado en sus opiniones y mal informado de los hechos, tiene derecho a decir lo que piensa sin que se le cancele.
¿Se equivocó la paloma como escribió Alberti?
José María Sánchez Romera