Después de oponerse a la consideración de hija predilecta de la ciudad de Madrid a la escritora Almudena Grandes, el alcalde reculó en un pacto infame para sacar adelante los presupuestos de la ciudad. Ayer, el alcalde Almeida justificó su decisión última en unas villanas declaraciones al periódico de Inda. Hay que saber donde están los amigos y tenerlos contentos. Dijo que él “de motu propio” (sic) no creía que la novelista mereciera ese título.
La concesión me parece infame, como a Almeida y a Inda, aunque por razones distintas. Infame es que una parte de la izquierda trapichee, neciamente, con unos votos para algo que la escritora no necesitaba, y menos, ahora. Encuentro estos días en la prensa una frase de ella: “Los lectores son mi libertad”, y oigo también estos días que su obra está traducida, no sé si es cierto o no, a sesenta lenguas diferentes. ¿Puede haber mayor título de predilección frente a un alcalde de villa y una izquierda de aldea?
Leí, como media España, y quizá medio mundo, “Las edades de Lulú”, y me pareció, junto con “El amante lesbiano” de José Luís Sampedro, los mejores textos de literatura erótica de la narrativa española contemporánea. No leí las novelas siguientes de Almudena Grandes porque en aquella época yo empezaba a cambiar la narrativa por géneros más conformes a la edad. Seguía el consejo del maestro Plá, que decía en una de sus ingeniosas y luminosas “boutades”, que a los cuarenta años había que haber leído ya lo esencial de la novela y que a partir de esa edad el espíritu empezaba a necesitar otros alimentos. Yo me quedé en la poesía, esa costumbre de adolescencia enamorada, en el ensayo histórico y la divulgación científica. Y en eso me sigo entreteniendo.
Por eso, después de leer “Las edades de Lulú” no continué con las otras novelas de Almudena Grandes. No porque desmereciera la calidad de sus obras posteriores, sino porque mis inclinaciones eran otras. Pero un día alguien me dijo que la novelista había escrito una obra sobre “Cencerro”, el maquis que junto a Horascaín había vivido perseguido en la Sierra. En mi pueblo se llamaba así al maquis, “los hombres de la Sierra”. El libro sobre Cencerro tenía un título sugerente, “El lector de Julio Verne”. Todo relato empieza en el universo abierto del título. Desde entonces he leído, y esperado, la aparición de los títulos de esos “Nuevos episodios nacionales” de Almudena Grandes; así podrían llamarse en homenaje a su admirado Galdós, y así los seguiré leyendo, ahora, con una deuda además de gratitud y sencillo homenaje a su nombre ultrajado por el villano Almeida. Villano viene de villa y a eso se reduce el estrecho universo de Almeida, a los límites del Manzanares y a la vileza de conceder un reconocimiento que él cree, “de motu propio” eso sí, que la escritora no merece.
Añadiría a la frase de Almudena de que “los lectores son mi libertad”, que los lectores de ahora y los que nos sucedan, serán siempre su grandeza. Y contra eso un alcalde de villa nada puede hacer.
Recordaba Luís García Montero un homenaje legalmente boicoteado a Federico García Lorca con una frase que también es apropiada para la mujer con la que compartió su vida. Del nombre del alcalde y del gobernador que boicoteó el homenaje a Lorca en Granada, nadie se acuerda; el de Lorca está en las manos y en las bocas de sus lectores.
Nadie recordará a Almeida, a Almudena Grandes mucha gente, muchos siglos después.
Tomás Hernández