Parece que uno de los grandes descubrimientos económicos de nuestro intervencionismo patrio consiste en denunciar los beneficios que proporciona a Madrid el efecto capitalidad respecto de los demás territorios de España. Eso se ha unido al uso retorcido de la palabra inglesa “dumping”, usado para hacer referencia a un tratamiento fiscal menos oneroso para el contribuyente. Siguiendo el manual del buen intervencionista todo sirve para alterar cualquier situación que se desvía de sus preferencias ideológicas por encima de los resultados prácticos que pueda reportar. Resulta irrelevante que lo que se denuncia no esté probado, ni qué repercusión tendrán las medidas (fiscales) que para evitar esa supuesta injusticia estén dispuestos a adoptar. La cuestión es que todo cuanto incomoda a un contructivista en su afán por crear el nuevo orden social, es repudiable por principio.
Si sería ingenuo pensar que quien sostiene que la capitalidad es causa “per se” de la prosperidad de Madrid, más lo será creer que existe una auténtica discrepancia de fondo y articulada en cuanto al modelo de gestión de la Comunidad de Madrid. De hecho se ignora, aparte de criticar todo lo que hasta ahora ha orientado la política madrileña, una propuesta solvente que vaya más allá de prometer llevar la felicidad a todo el mundo con unas cantidades de dinero obtenidas mediante cálculos muy discutibles. Todo, tanto unos impuestos menos exigentes, como por el lado teóricamente opuesto, la construcción de un hospital de pandemias, por los mismos que identifican lo público con lo democrático (¡), ha sido denostado con argumentos inauditos la mayoría de las veces. La recaudación fiscal de Madrid, la cantidad de hospitales públicos construidos, su aportación económica al fondo de solidaridad de todos los españoles, los niveles de empleo y cualquier parámetro que quiera confrontarse con otras comunidades avala el rumbo político seguido, y votado abrumadoramente, por los madrileños.
¿Por qué entonces esa fijación con la Comunidad de Madrid que llega a convertir a la mayoría parlamentaria que sostiene al Gobierno Central en la verdadera oposición, y sin el menor recato, a esta Comunidad Autónoma? La respuesta es la filosofía que inspira su modelo político y económico cuyo éxito pone en solfa las ideas motrices que animan el ideario de quienes denuncian lo real para dar paso a una tarea de supuesta liberación humana consistente en dar al sector público toda la capacidad para organizar el modelo de vida de las personas, atribuyendo a la burocracia surgida de la política un conocimiento superior a cualquier otro para resolver las necesidades de los ciudadanos. Frente a quien trata de mejorar el bienestar de la gente a base de regulaciones y tratando de imponer una moral homogénea sobre cómo entender la sociedad y sus diferentes facetas, la filosofía liberal propone construir a partir del individuo para que sea éste en uso de su libertad el que decida las condiciones de su existencia. A partir de ahí la sociedad se construye desde la libre cooperación de unas personas con otras mediante el compromiso y la transigencia. Es lo la diferencia del estatismo que obliga, al que no se le puede decir que no porque hará una norma que lo convierta en sí y que eliminará todo obstáculo en su camino en contraste con unas ideas cuya médula es el consenso social libre y espontáneo.
Resulta bastante sencillo contraargumentar frente a quienes alegan el beneficio de la capitalidad de Madrid que lo hacen desde sus propias capitales autonómicas y a las que podrían hacer el mismo reproche sus periferias. Pero eso sería admitir que hay algún elemento de incertidumbre que justificara el debate por quienes adueñados del lenguaje no necesitan ni siquiera fundamentar lo que dicen. Situados sus oponentes en el lado malo de la historia, quienes tienen, por atribución propia, la respuesta para solucionar todos las injusticias y frustraciones, incluidas las más íntimas, de cada ser humano, se sienten dispensados de explicar cuál es el fundamento y dónde se han materializado alguna vez la superioridad de sus principios. Por eso la cuestión capital no es, como nos quieren hacer creer, la capitalidad política del Estado, sino la necesidad de estrangular en la medida la lo posible la visualización práctica de una forma de dirigir la cosa pública frente a la que ya no baste con utilizar cualquier tópico para desacreditarla. El que no sea suficiente con intrincar para uso propagandístico términos como capitalismo, neoliberal o derechista, daría paso a exigencias en la justificación de las críticas que hasta ahora han sido fácilmente eludidas con un lenguaje que ha sustituido a la realidad en vez de describirla.
Han llegado al Gobierno de la Comunidad de Madrid personas procedentes del mundo liberal y más concretamente de quienes defienden los postulados filosóficos y económicos de la llamada escuela austríaca. Salidos del “think tank” liberal Instituto Juan de Mariana, su aportación puede ser esencial para la continuación de la senda de avances y crecimiento de los madrileños si llegan a poner en práctica las recetas económicas de los llamados “austríacos”. Baja tributación, gasto público contenido y limitar las reglamentaciones a lo verdaderamente imprescindible. La libertad no es que el Estado constituya una solución de primer recurso para las personas, sino la última instancia a la que se acojan cuando se les han cerrado todas las puertas. Existe la posibilidad de dar definitiva sustancia y praxis a un verdadero paradigma alternativo ante quienes, como escribió el poeta alemán Friedrich Hölderlin, han hecho del estado un infierno sobre la tierra por haber intentado hacer de él su paraíso.
José María Sánchez Romera