La mazmorra del Castillo de San Miguel de Almuñécar / Elena Navas

Texto: Elena Navas

Ilustración: Toni Quiros

 

El patrimonio histórico de Almuñécar es rico y variado, dentro de sus elementos patrimoniales más desconocidos se encuentra un lugar subterráneo, oscuro y claustrofóbico, que transmite miedo e incomodidad, a pesar de la distancia del tiempo, de la seguridad de que sólo nos asomamos a ver, y de que estamos fuera, en el exterior, dónde se respira el aire fresco del mar, donde nos calienta e ilumina la luz de sol, dónde hay sonidos de vida producidos por las gaviotas, la lluvia y el viento; no sólo los lamentos agónicos de los moribundos, los gritos de los torturados y el llanto de los desesperados.

Imaginemos que vamos hacia el Castillo de San Miguel de Almuñécar, tenemos que subir una fuerte pendiente, porque se sitúa en lo más alto del cerro y en la zona más cercana al mar. Una vez allí, atravesamos el foso por encima del puente caponera, y cruzamos la puerta, que se cerrará detrás de nosotros, quizá para siempre. El Castillo está fuertemente defendido y nosotros ya no somos nosotros, sino que nos hemos convertido en prisioneros de guerra, y nos llevan como cautivos hasta las mazmorras, el lugar más sórdido de todo el Castillo.

Nos conducen hasta el patio de armas, allí nos despojan de todas nuestras escasas pertenencias, ropa y calzado; nos colocan grilletes de hierro en los tobillos y en las muñecas, y nos atan con cadenas. A trompicones, nos van empujando hasta un agujero en el suelo, y nos hacen descender por una cuerda con nudos, más vale que nos agarremos bien a ella, porque la caída es de 7 metros. Muchos que no están ágiles, o están demasiado débiles, no descienden bien y se lesionan, e incluso se fracturan los huesos, y eso es un gran problema, porque no vendrá ningún médico a atendernos las heridas, que acabarán infectándose.
Los musulmanes llamaban a estas prisiones “matmurah”, de ahí proviene la palabra mazmorra, que en árabe significa “Silo”, es decir, un depósito donde almacenar grano. Estas construcciones son pozos y galerías excavados bajo el suelo, y servían efectivamente como silos, pero también se utilizaron como cárceles, porque los prisioneros no tenían posibilidad de huir de allí.

Son auténticos hoyos excavados en el suelo, que tienen forma de embudo, con el fondo ancho, redondeado, que se va estrechando como un pozo, hasta llegar a la superficie, dónde el único punto de acceso es un agujero circular, parecido a la boca de una gran tinaja, que hoy día está tapado por una reja metálica. Esa es la única ventilación, el único punto de luz, y la única salida del agujero.

Las mazmorras están presentes en la mayoría de los castillos de época medieval y moderna. Las encontramos también en la Alhambra de Granada, dónde se han visto como lugares misteriosos, donde habrían podido esconder tesoros. Pero nada más lejos de la realidad, porque estas galerías servían de cárceles. Durante las guerras de Granada, muchos cristianos hechos prisioneros acababan encerrados como cautivos en estas prisiones bajo tierra.

Las penosas condiciones en las que se encontraban los presos las conocemos por testimonios escritos que dejaron algunos religiosos que mediaban en el rescate, por militares que participaron en la liberación de cautivos, y también por el libro que escribió un viajero alemán llamado Jerónimo Münzer, que estuvo en Granada a finales del s.XV, en 1495 concretamente, justo después de la capitulación de la ciudad. Cuenta como en Granada había más de veinte mil cristianos que padecían un durísimo cautiverio, encadenados y forzados a trabajar en las tareas más duras.

Los prisioneros estaban mal alimentados y sin higiene, contraían muchas enfermedades e infecciones. Los mantenían débiles para que no pudiesen ejercer ninguna resistencia o lucha por huir, de manera que con muy pocos guardias, se pudiesen controlar un gran número de prisioneros.

Hay un libro biográfico de Isabel la Católica, que escribe el americano William Th. Walsh, titulado “Isabel de España”, que basándose en cronistas de la época y documentos conservados en archivos, describe el momento en que las tropas cristianas entran en la fortaleza musulmana de Moclín. Cuenta como la reina se dirige en procesión, con una gran cantidad de caballeros y religiosos, todos cantando el Te Deum (canto religioso de agradecimiento a dios), y en un momento en que el coro hizo una pausa en sus cánticos, oyeron el débil eco de voces que parecían surgir de debajo de la tierra, cantando también el Te Deum. Todos se detuvieron a escuchar muy sorprendidos, y enseguida comprendieron que bajo las calles estaban las mazmorras donde permanecían cautivos los cristianos. Los liberaron y la reina se conmovió mucho porque salían cegados por la luz, con el pelo enmarañado, sucios, hambrientos y desnudos.

En el Castillo de Almuñécar, cuando los arqueólogos excavan la mazmorra, descubren que hay restos humanos de los cautivos que habían muerto en ella. Incluso un esqueleto permanecía con los grilletes y encadenado a la pared. Esos grilletes están expuestos en una de las vitrinas que hay en la Coracha del Castillo.

Si nos asomamos a través de la rejilla metálica que cubre la boca de la mazmorra, veremos que hay un esqueleto humano, falso lógicamente, simulando el hallazgo. Lo más sorprendente de todo, es que la persona que murió encadenada, no era cristiana, sino que muy posiblemente fuese musulmana, ya que el cuerpo estaba colocado siguiendo el ritual de enterramiento musulmán, con el cuerpo de costado, y la cabeza orientada hacia el sur, de manera que la cara esté mirando hacia el sureste, en dirección a la Meca. Quizá, al morir este cautivo, sus compañeros le habían enterrado, como buenamente pudieron, y previamente, respetando su religión, le habían colocado siguiendo la norma funeraria del Islam.

Elena Navas Guerrero, arqueóloga del Ayuntamiento de Almuñécar

 

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