Sin la menor duda “gobierno intervencionista” se ha convertido en el sintagma de la semana. La concatenación de las palabras gobierno e intervención podría ser redundante si no fuera porque referidas a un gobierno concreto significa que éste va más allá de lo que se asume como normal en estos tiempos. Si la atención gubernamental llega al control de las “miradas impúdicas” en el trabajo es que ya nos acercamos a un punto crítico. El futuro de los prólogos no tendrá como destinatarios libros como “El Manifiesto Comunista” sino títulos como “Crítica de la lascivia” o cosas parecidas. De la liberación sexual al hieratismo humano. Por la revolución a la reacción.
El prodigioso descubrimiento de ser el Gobierno de España un ejecutivo intervencionista (bienvenidos los rezagados) ha tenido su causa en la noticia del acuerdo entre los partidos que lo conforman sobre la Ley de Presupuestos y el anuncio de ir acompañada de una Ley de Vivienda (“preciosa” según la rompedora adjetivación de la Sra. Ministra de Hacienda). Su fracaso ya está anunciado porque en todos los sitios en los que iniciativas similares se han puesto en marcha se ha logrado justo el efecto contrario al buscado. Pero que el pesimismo de la razón no anule el optimismo de la voluntad, la ley no va a ser solo bella, además hará feliz a la gente como ha proclamado otra Ministra del Gobierno. Solo la idea de Dios, lo perfecto por sí mismo, alcanza a tanto.
Los presupuestos nacen bajo advocación keynesiana como Raúl del Pozo ha proclamado este jueves en su columna de “El Mundo”. Churchill contaba que cuando se reunía con dos economistas se iba con dos opiniones y tras entrevistarse a solas con Keynes salía con tres. Del Pozo, con la fe del converso keynesiano, critica además a Casado por no asumir el dogma del gasto público expansivo y basa la oportunidad de hacerlo en que ahora el crédito está barato. Una vez que el Banco Central Europeo deje de comprar la deuda de los países a coste cero y haya que frenar la inflación monetaria, que ya ha llegado, y el endeudamiento masivo de los estados, habrá que recordárselo. No hay borrachera de liquidez y gasto sin resaca inflacionista y crisis. El hecho de que ahora se disipen las resacas mediante un estado de ebriedad permanente de dinero impreso y deuda no quiere decir que al final no llegue, el problema es que durará mucho más y los dolores de cabeza serán más fuertes. La proclamación de la superioridad económica de las teorías de Keynes para resolver las crisis tiene mucho de falacia propalada desde su formulación. Es poco conocido, por no interesar al pensamiento dominante, que a principios de los años ´20 del pasado siglo, a consecuencia de la posguerra, USA padeció una profunda crisis económica. El entonces Presidente Harding («Nuestra peor tendencia es esperar demasiado del Gobierno y hacer demasiado poco por él»), decidió no interferir el saneamiento espontáneo de la economía mediante las habituales medidas fiscales y monetarias, lo que hizo fue bajar el gasto y los impuestos. A finales de 1.922 los USA volvieron a crecer con fuerza, siendo el precedente de una época de prosperidad que llegó hasta el crack de 1.929 con otra crisis que las políticas monetarias y de gasto de Hoover y Roosevelt no hicieron más que alargar hasta el punto de que el Dow Jones no retornó a niveles previos a 1929 hasta 1954. Roosevelt nunca devolvió a Norteamérica a la prosperidad pre crisis, la economía de guerra que llevó a una reconversión de la industria hacia la producción de armamento es cierto que activó la economía. Pero toda la riqueza que se produjo era inservible concluido el conflicto bélico a no ser que se utilizaran después los tanques para ir al trabajo y los cañones y la munición para demoler edificios.
El intervencionismo se basa en la indemostrada, y refutada en la práctica, creencia que el Estado, hipóstasis de las personas de carne y hueso que gobiernan, conoce mejor que nadie lo que se ha de hacer y que sus decisiones son justas (¿). Se trata de una concepción primitiva y casi mágica del poder, una fe que lleva a la convicción de que hay por encima de las personas “algo” que sabe cómo resolver sus problemas mucho mejor que ellas mismas. Una parte de la humanidad no se cansa de comprobar que los hechos demuestran que la realidad no corrobora esa creencia, pero la fascinación que produce ese providencialismo que asegura la satisfacción sin esfuerzo de todas nuestras necesidades lleva una y otra vez a incurrir en el mismo error.
Para justificar el intervencionismo económico se dice que el mercado y el capital deben estar al servicio de la gente y no la gente al servicio del mercado. Pero es que el mercado es una institución social creada por la gente para su servicio, es donde el médico atiende al panadero, éste surte al electricista y éste a su vez al dueño del restaurante y así un número infinito de intercambios donde los precios libremente pactados determinan el valor de bienes y servicios. Porque eso es el mercado, no son las grandes compañías que cotizan en Bolsa y que en todo caso están capitalizadas por pequeños accionistas que invierten sus ahorros como pueden hacerlo en pisos. Al igual que la banca no es el mercado, sino una institución concebida para facilitar los intercambios privados y financiar proyectos vitales o empresariales. Otra cosa es su hiperregulación y que el dinero se dé actualmente a coste cero, distorsionando la función bancaria y relegándola a mera tenedora de fondos privados para que los depositantes hagan frente a sus obligaciones mediante la domiciliación de pagos. Capitalismo no es plutocracia, Hitler, como otros muchos, padecía esa confusión, y por eso calificó a Gran Bretaña como un país de plutócratas.
El Gobierno en medio de una profunda crisis económica en la que miles de empresas se han destruido y otras tantas que no saben cómo saldrán adelante, ha concebido unos presupuestos en los que las previsiones de ingresos difícilmente podrán cumplirse y en consecuencia los gastos previstos van a incrementar aún más nuestro ingente déficit. Una crisis de producción como la causada por la pandemia no puede superarse con subidas impositivas y el crecimiento de la deuda sino haciendo todo lo contrario. El entorno internacional tampoco es favorable con los graves problemas que en China están aflorando y las incertidumbres procedentes de los USA. Gobernar no es gastar mucho, es administrar los recursos imprescindibles para que la administración cumpla sus funciones esenciales, lo opuesto de aumentar el poder del Estado mediante una burocracia que ejerza el control social a través de la captación de recursos generados por la sociedad para su canalización a proyectos que tienen que ver más con lo ideológico que con el impulso a la creación de riqueza, lo único que permite combatir su contrario, la pobreza.
Henri Hazlitt en su libro “Economía en una lección” nos muestra claramente la falsa sensación de prosperidad que crean el abuso de las emisiones monetarias artificiales y las subvenciones, ayudas, regulaciones de determinados sectores, etc., que los gobiernos promueven y que en definitiva determinan el beneficio de unos a costa de otros. El economista americano lo explica con inusitada sencillez: cuando alguien obtiene una ventaja derivada de una decisión gubernamental es porque otro sale perjudicado. En el mejor de los casos el resultado será de suma cero.
P.S.: A la inspiración intervencionista va unida una tendencia escapista: lo que salga mal será culpa de otro. Así lo demuestra el que se haya dicho que la subida de la luz se explica con el nombramiento de Luis Miguel Carmona como Vicepresidente de Iberdrola. El efecto precediendo a la causa. Insuperable.
José María Sánchez Romera