Las voces de Olalla Castro / Tomás Hernández

 

Había leído algunos poemas de Olalla Castro Hernández en las páginas de Internet. Insuficiente para hacerme una idea de la entidad de su obra. Por eso, hace unos meses, empecé a leer algunos de sus libros. Había, además, una motivación sentimental. Su familia materna, Hernández Cuadra, fue mi otra familia en los años de adolescencia alcalaína.

De esa lectura me queda la admiración por su obra, por su condición de poesía necesaria. Sus poemas nos hablan con una voz muy cercana, con una proximidad que se expresa, sin embargo, con un distanciamiento del yo, que llega casi a anularlo. La misma autora lo dice en la entrevista reciente con Javier Gilabert en “Secreto Olivo”: “El yo poético parece asfixiarse en su propia imposibilidad”, afirma, refiriéndose a “Todas las veces que el mundo se acabó”. Es de agradecer esa modestia en tiempos de exagerado egotismo poético.

Olalla Castro escribe desde la historia, la literatura, la filosofía, y transforma ese conocimiento en pensamiento bajo la fábula de expediciones que acaban en la muerte, profecías que anunciaron el fin del mundo o mujeres que escribían en el secreto de sus habitaciones. Todo ello pasado, como dice la autora en la misma entrevista, “por el tamiz de la reflexión teórica y la crítica ideológica, que son quizá los dos elementos que tienen en común todos mis libros”.

Un buen título presagia un buen libro. “Bajo la luz, el cepo” (2018) es un símbolo. Un símbolo que contrapone dos ideas, vida y muerte, libertad y sumisión, esperanza y fracaso, ansia y decepción. Un título que anticipa el contenido del libro, el trágico final de la expedición del capitán Franklin, la caravana de colonos por la ruta de Siskiyou, que encuentran la muerte antes que el oro o la pradera donde soñaban que levantarían sus casas, las mujeres encerradas en La Salpêtrière y la lejanía de sus vidas, la enferma de lepra en la barca que la lleva a la isla sin retorno de Molokai.

Visionarios, mitos, leyendas, profecías sobre el fin del mundo se convierten en “Todas las veces que el mundo se acabó” (2022), en poemas tan limpios y tan duros como “Cosmología” o “La tierra de fuego”: “Ya solo quedo yo. / Me llamo Ángela Lioj / y el mundo acaba en mí”, dice la última superviviente de una aldea masacrada.

“El redondo bramido de los ciervos”, “Erguirse”, “Oquedad” y otros poemas de este libro hablan de la pérdida que es siempre el lenguaje. La incapacidad para decirnos, tan lejos del origen que fuimos, “el hueso- grito, “el quejido-caverna,”criatura limpia de palabras”. Incapacidad para entender nuestra especie, “estirpe de dolor”, herederos de un pasado atroz, “nuestra historia es la historia / del avance del daño”. Ni siquiera en estos poemas de búsqueda y asombro ante lo humano hay una presencia del yo, cuando aparece es un yo desdoblado o escindido en un plural, “también fuimos un roce”, “por más que escupamos al pronunciar su nombre”, o formas no personales, “descender a tu cuerpo”. Las dudas, las contradicciones, las inseguridades, el miedo, la dicha del amor (“Donde”) y la muerte (“Matrioska”) son también la materia de este libro.

No sorprende que “Todas las veces que el mundo se acabó” haya merecido el reconocimiento de las librerías de Madrid como el mejor libro de poesía en 2022.

“Llevo dentro de mí a las tres mil cortesanas que antes de mí perdieron la cabeza. En mi garganta, tiemblan y no entienden”, dice Sherezade en “Las escritas” (2022). Y madame Bovary resume su existencia en tres metáforas: “¿Quién dice que el matrimonio no es también una cuerda en torno al cuello? ¿Quién dice que una gargantilla no puede ahogar lo mismo que una soga?” Tres metáforas: cuerda, gargantilla, soga. Y un referente, matrimonio.

Es en este libro, “Las escritas”, donde Olalla Castro arrincona su voz, la abandona, para hablar en otras voces ajenas y haciéndolo en primera persona, ser verdadera, no impostada, compartiendo, como el pan, las emociones, esas voces, olvidada la suya. ¿Qué era para esas mujeres el oficio de escribir? ¿Desde dónde escribían, desde qué rincón de su cuerpo o la casa?

Todas esas mujeres hablan de su poética, de su manera de ser para escribir. “Escribir, dice Al-Rakuniya, es tratar de agarrar esa arena, palparla con los dedos grano a grano y que se escurra siempre”. Y Mary Shelley: “Escribir consiste en crear un monstruo más grande que nosotros, un engendro capaz de estrangularnos al que, sin embargo acariciamos”. También recuerdan sucesos de sus vidas. “Fui madre cuatro veces y hasta en tres ocasiones vi morir a mis niños (qué distinta la muerte cuando cabe el ataúd entre las manos, cómo el dolor te vacía por dentro igual que una termita). Me enamoré de un hombre casado”, cuenta la misma Mary Shelley

En todas esas voces está Olalla Castro, siendo cada una de esas mujeres, escribiéndolas.

Tomás Hernández

 

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