Libros de viejo

Foto y Texto: Javier Celorrio

 

Los libros de viejo: oro oculto en chamarilería disfrazado de papel. A mi lo único que me interesa de los rastrillos son los tenderetes del papel añejo, manchado de humedad, de tiempo con olor a desván donde acaso habrán meado las ratas que se han jalado el papel con tipografía negra de tinta de calamar, indiferentes a que el condumio sea la Biblia o el Manifiesto Comunista en su primera edición. En los puestos de viejo se igualan la prosa de heráldica ilustrada con la fregona sin lustre de una literatura sin chicha que la sostenga. Por eso, a veces rescato de ese revoltijo, de ese asilo al autor maestro para devolverlo a la dignidad de una estantería . Ya sé que es alargar la vida vicariamente, pues que tal los tiempos llega un cura y un barbero y queman la estantería y el libro a temperatura Fahrenheit 451.

Los viandantes, por su parte, miran  desasosegados, conmiserativos esos cuerpos heridos por el tiempo, esos títulos y autores que un día no tan lejano fueron protagonistas de los focos.

 

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