«El tiempo también pinta», decía Goya. Aquí la alameda que era El Altillo viene pintada con su fuente coronada de ninfa y sus plátanos flanqueando haciendo lugar, creando espacio como ágora. Ahora bajo esa bóveda vegetal pasean solas las sombras de los recuerdos. Sabemos que el lugar existió por esta foto que, incluso ella, ya es pintura: una piel maquillada que quiere restituir aquella lozanía de sus años dorados y que sus admiradores siguen contemplando con cierta desazón al recordar aquellos sus días de esplendor. Y una vez que los antiguos veneradores desaparezcan ¿ quién se acordará de aquel momento en que los arboles refrescaban los mediodías del implacable agosto ?
