Más allá de la guerra / José María Sánchez Romera

 

Una natural curiosidad sobre las cuestiones que nos conciernen nos lleva a la búsqueda de respuestas para los problemas de nuestro tiempo. Por ello es obligado hoy hacerse la pregunta sobre lo que podrá ocurrir cuando concluya la agresión de Rusia a Ucrania, es decir, cuál es el escenario de paz que puede, y debe, prepararse a fin de garantizar de nuevo la estabilidad de la zona y con ella la del resto del mundo. No hay que olvidar que, aunque el conflicto se encuentra localizado en un espacio político-geográfico concreto, sus consecuencias se están dejando sentir ahora y en el futuro en el resto de las naciones. No es exagerado decir que Rusia está en guerra abierta con Ucrania y de facto con casi toda Europa y los USA, cuya beligerancia, por aliado interpuesto, es abierta frente al invasor ruso. Una forma muy razonable de encontrar respuestas, sin que las mismas sean miméticamente trasplantables a la actualidad, y menos a una situación cuyo desenlace se desconoce, es acudir a la experiencia histórica. Averiguar cómo se resolvieron en otros tiempos los conflictos creados por las conflagraciones militares y examinar las consecuencias que tuvieron para no caer en los mismos errores.

Incluso por la identidad de los contendientes, que ya se vieron involucrados en la Primera Guerra Mundial, ésta y los tratados que tras la misma establecieron, los términos del fin de aquella contienda podrían servir de orientación. Cabría establecer incluso ciertas similitudes entre la guerra de trincheras que definió en gran medida la estrategia de entonces y el ataque ruso que, tras un comienzo fulgurante, que pretendía emular a la “guerra relámpago” alemana de la Segunda Guerra Mundial, se ha estancado y la prolongación de los combates no parece perseguir ya un objetivo muy preciso en el bando ruso. Ese estancamiento puede llevar a un fin precipitado mediante la consolidación del control de las zonas limítrofes con Rusia o con una acción que imponga la necesidad de una salida negociada. Sería el caso del empleo de armamento nuclear táctico para amenazar con represalias más destructivas. Tan importante como la estrategia para vencer es anticipar las salidas al fin del conflicto sea cual sea el resultado.

Un texto que podría servir como guía es el libro escrito en 1.919 por John Maynard Keynes, agregado británico y representante oficial en la Conferencia de la Paz de París hasta el 7 de junio de dicho año, específicamente escrito en referencia al modo de abordar un proceso de paz frente a un enemigo derrotado. No obstante, la propensión de Keynes a formular hipótesis a partir de datos irreales (“Si se estimara que los préstamos hechos por el Reino Unido a sus aliados valen el 50% de su valor verdadero (suposición arbitaria, pero conveniente, tan buena como cualquier otra…)” o simples desiderátums (“Si…estas grandes deudas son perdonadas, se estimularán la solidaridad y la verdadera amistad de las naciones…”) priva de todo valor a las propuestas concretas de su obra. Sus reflexiones en el libro sobre los efectos letales de la inflación provocada y los déficits públicos causados por la guerra, hace aún más desconcertante el contenido de su obra magna, «Teoría general del empleo, del interés y el dinero» (1.936), en la recomendaba hacer todo lo contrario. Pero, fiel a sus convicciones, Keynes dimitió de su puesto por considerar inasumibles los términos económicos impuestos a Alemania a raíz del armisticio y este aspecto, como idea general es lo destacable del libro, el resto, aparte de las magnitudes económicas que transcribe, resulta inservible, lo que complica comprender cómo se mantiene tanto tiempo el prestigio de algunos intelectuales. Debemos en todo caso quedarnos con su recomendación de no imponer a los vencidos lo que él llama una “paz cartaginesa”, es decir, la aniquilación del enemigo. Por muchas y variadas razones esa hipótesis en estos tiempos no resulta pensable siquiera sea en términos relativos.

Encontrándose pues Rusia en una dificilísima encrucijada que, no hay duda, ha sido provocada por ella misma, su completa derrota y posterior reducción a paria internacional, como se sugiere desde muchos sectores, podría constituir un grave error que solo la arrinconaría un tiempo, pero con todo el arsenal atómico dispuesto para ser utilizado por cualquier aventurero que pudiera llegar al poder. Imponerle severas sanciones, superiores a las actuales, una vez concluidas las hostilidades no sería realista porque no podría pagarlas, su P.I.B., es similar al de España. Rusia, como Alemania, seguirá ahí, por lo que no debe sembrarse la semilla del resentimiento con unas condiciones draconianas que promocionen alternativas políticas basadas en el victimismo agresivo. Un acuerdo de paz que, aparte de asegurar debidamente y en lo sucesivo las fronteras, incluyera unos precios razonables de las materias primas que Rusia suministra, tendría el doble efecto de facilitar la transición energética en Europa, tan irresponsablemente concebida, y el mantenimiento del nivel de vida de los rusos en condiciones razonables y humanitarias.

No es polémico que ayudar a la defensa de Ucrania constituye lo que se denomina una causa justa. Occidente, en medio de sus contradicciones, está cumpliendo un deber moral para con una nación injustamente agredida. Sin embargo, la actitud del Presidente Biden con sus permanentes descalificaciones a Putin no ayudan lo más mínimo a la distensión y el acercamiento del fin de las hostilidades. Tanta agresividad verbal, carente de cualquier efecto positivo, no puede obedecer a otro motivo que mantener ciertos mínimos niveles de aceptación del Presidente americano que, entre un lapsus y otro, a duras penas mantiene su popularidad, alentando un mayor nivel de agresividad, como si no estuviera suficientemente alto, por puro oportunismo político. Resulta sorprendente cómo desde sectores ideológicos antes radicalmente pacifistas se acepte sin el menor asomo de crítica ese lenguaje incendiario del Presidente. Incluso un premio Nobel como Krugman no ha dudado en apoyar públicamente el envío de ayuda militar para Ucrania nada menos que por importe de 33.000 millones de dólares alegando que es una cantidad que USA puede permitirse, una modesta dádiva al parecer para el pueblo norteamericano, con el fin de constituirse en el “nuevo arsenal de la democracia”. Sería muy interesante haber conocido la opinión del Sr. Krugman con otro Presidente al que no esté tan próximo políticamente.

Frente a la agresión debe emplearse toda la firmeza necesaria, aunque prescindiendo también de los excesos, siempre innecesarios.

 

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