La renuncia del Kylian Mbappé a fichar por el Real Madrid pese al compromiso adquirido por el jugador con el club deja algunos mensajes realmente relevantes. La “corleoniana” oferta del PSG al jugador francés, de esas que no se puede rechazar como inmortalizó el guión de El Padrino, ha sido tan astronómica, en torno a novecientos millones de euros por tres años de contrato, que no puede dejar de contar con una actitud razonablemente cómplice con el futbolista. ¿Qué haría prácticamente cualquiera en su situación? Sin duda firmar. Desde luego no será una suposición carente de fundamento que el afrentado orgullo del riquísimo estado qatarí, viendo cómo otro club en directa competencia le podía quitar a su mejor futbolista, ha sido aprovechado por el entorno familiar y los asesores del deportista para arrancar una oferta que ha roto todos los límites concebibles y mucho más allá de los racionales. Pero vayamos a los mensajes que nos deja este seísmo futbolístico y, no en menor medida, político.
En este asunto no ha intervenido un estado sino dos, Qatar y Francia, ésta a través del Presidente Macron. El mandatario galo ha llamado, ¿cuántas veces?, personalmente al jugador para disuadirle de su idea de abandonar el club parisino. El Sr. Macron tan europeísta y antipopulista, tirando de chauvinismo (allons enfants de Mbappé) e interfiriendo la libre competencia entre clubes en a fin de beneficiar a uno de ellos, haciendo uso de su poder institucional, ha interferido de forma impropia y con evidente abuso del poder moral que su cargo le confiere, una operación de mercado. Ya lo hizo cuando algunos equipos quisieron organizar la súper liga europea e hizo todo lo posible por neutralizar la operación. Debería provocar sonrojo recordar toda la demagogia que se hizo para desprestigiar aquella iniciativa apelando al fútbol base y la evitación de una liga de ricos para que todos los equipos tuvieran sus oportunidades. Ya se ve cómo la renovación de Mbappé en semejantes condiciones avala aquellos desvelos por proteger al fútbol humilde al que seguro se destinarán los mismos cientos de millones que va a costar el trienio que abarca el compromiso del jugador. Cuando el Sr. Macron nos vuelva a hablar de populismo el nombre de Mbappé le helará la boca.
El acuerdo con el Mbappé desde el punto de vista económico es un completo despropósito porque el PSG carece de cotización de mercado para hacer viable ese desembolso. Solo el dinero público del Estado propietario del equipo da solvencia a un club que lleva años perdiendo millones al finalizar cada temporada. Esto por supuesto no es una operación capitalista ajena a todo cálculo económico en función de valores de mercado, han sido razones de estado las que la han motivado en uno de los mayores actos de estatismo salvaje, adjetivo este último que se reserva para el resultado que libremente producen los consumidores al emplear sus recursos, que pueda recordarse, que se ha financiado con dinero público reforzado por presiones e influencias políticas. Se ha impuesto una ley de hierro de los estados: pagar por las cosas mucho más de lo que valen. En este caso el mercado ha sido derrotado por el poder político, pero no podrá sustraerse a las leyes de la economía que dictaminarán más pronto que tarde que los precios no los puede fijar una autoridad según su particular albedrío si no ha sido establecido por decisión de quien demanda el producto. Lo que se financia es un volumen de demanda inferior al real. ¿Tienen demanda Mbappé y el PSG?, sin duda, pero no a ese precio. Ni los éxitos deportivos del club están a la altura de semejante desembolso económico ni los déficits que acumula respaldan su viabilidad. Se verá en su momento si no se cumplen las expectativas a nivel deportivo y aun cumpliéndose no dejará de ser una operación a pérdidas donde han primado razones políticas, la peor de las razones en economía, por si acaso queda la duda de que algún rincón de la sociedad pueda quedar a salvo de la contaminación intervencionista.
Al final el Real Madrid va a ser, involuntariamente, el gran beneficiado de su propio fiasco porque se estaba perdiendo el alma del club a cambio de obtener el concurso del jugador francés. No cabe la menor duda de que los esfuerzos económicos y de todo orden que se pensaban hacer por el futbolista iban a provocar grandes exigencias que lastrarían a la entidad. Una gestión ejemplar durante los años de la pandemia y también en los anteriores cuando los precios de los jugadores se dispararon hasta límites insospechados, en gran medida por la irrupción de estos llamados equipos-estado, podía entrar claramente en crisis. Cuando las decisiones se adoptan por razones ajenas al ámbito que les es propio el fracaso está asegurado. El ejemplo del Fútbol Club Barcelona sumido en una profunda crisis económica por la deuda generada a causa de la sobrevaloración de sus activos, que en un club de fútbol es sobre todo su plantilla, y para cebar las aspiraciones del nacionalismo por medio de los éxitos deportivos, no deja lugar a dudas sobre lo que entraña el desafío a las reglas de la toda buena administración. Es PSG no va a constituir una excepción a esa regla y llegado el momento será liquidado y vendido cuando los triunfos no acompañen o la cuenta se haga excesivamente onerosa.