«Olor a tierra mojada. Germino. Inspiro», relato de Luna Fernández Muñoz

 

Que alguien me encuentre. Ese es mi mayor miedo.

Estoy esperando mi ración del día. Llevo varios días encerrada en este agujero. Hace cinco años que acabó esto a lo que llaman “guerra”; nunca me ha gustado esa palabra. Yo no guerreo. Yo defiendo. A mí me importaba un pimiento eso que algunas compañeras defienden desde mucho antes que empezara esta masacre. A mí no me quedó más remedio que defender a mi familia, pero, por suerte, me enseñaron a leer cuando era pequeña, y, después de ocho años leyendo y escuchando todo lo que me cuentan mis compañeras, y mi hermano, entiendo que hay otras cosas que tengo que defender para proteger a la familia.

Doña María me ha traído un poco de caldo. Me ha dicho que no ha conseguido garbanzos para ponerle y que el poco pan que le queda es para hacerle un bocadillo a su hijo, pues no le va a cortar las alas al futuro, dice. Y yo la entiendo, Doña María…

Mi hermano Julio me puso en contacto con ella cuando tuvo que echarse al monte. Me abrazó de una manera en la que nunca lo había hecho y me pidió que la buscara y ayudara en todo lo posible. Y ahora, es Doña María quien me ayuda a mí. Mi hermano Julio empezó esta lucha mucho antes que yo, pues ha tenido la suerte de estudiar, y pronto se interesó por la política.

Mi cuñada siempre ha estado con él, y suerte la nuestra. Tiene las manos delicadas que yo no consigo trabajando en el campo, pero arrea unas hostias la mar de frescas. En ese agujero, no puedo evitar sonreír al recordar cuando le arreó una a aquel picoleto. La detuvieron un par de noches por ello, pero salió airosa porque al picoleto, en realidad, le hace tilín mi cuñada. Para benemérita, esa hostia, sí señor. Ni siquiera la vi alterada cuando se echó al monte con Julio. Me decía: “Tú tranquila, que de tanto pelar papas, manejo esta navajilla divinamente. Al Julio te lo cuido”. Qué bien puestos los tiene.

De tanto alargar los sorbos, se me está enfriando el caldo.

Llevo unos seis meses ayudando a Doña María. Empecé haciendo recados sencillos, como ir a comprar, tejer algún jersey o escribir alguna nota. Ella dice que somos las enlaces de esta telaraña y que algún día caerán los moscardones… A las dos semanas, Doña María me empezó a pedir que algunas compras las acercara a un cortijo que hay un poco más arriba de la vega. Y me dijo que dejara de tejer; que siempre nos lo mandan a nosotras. Cuando acabó esa semana, me dijo que fuera a casa de mi hermano y que mirase en la despensilla… me gusta mucho leer, y nunca hubiese imaginado que mi hermano tuviese una imprenta en casa. Efectivamente, Julio y mi cuñada (la de las hostias beneméritas), habían pasado algún tiempo imprimiendo panfletos que luego soltaban en las calles durante la noche. Con cada paso, los papelitos se colaban por los agujeros que sufrían los bolsillos, inundando el asfalto de rebeldía, verdad y dignidad.

Un trocito de cebolla. Bendito sea.

Una siempre ha sido un poco despistada, pero los sentidos se afilan cuando sientes que tienes que esconderte. A la pena de no ver a mi Julio se une la angustia, la rabia… y ahora, el miedo. Todo deriva en una paranoia que no hace más que ascender. ¿A santo de qué tiene que pasar Paca la oronda por lo alto de la vega? Y venga a rondarme. Y venga a rondarme… algún día me voy a llevar un susto. El otro día tuve que meterme en la Iglesia de la Encarnación para despistarla y, aunque ya no sé en qué bando juega el cura, me recé unos rosarios por mi Julio y la novia.

Se oye un portazo. Alguien toca en la madera que da a mi agujero y las manitas del niño de Doña María me azuzan a salir.

El caldo se me ha derramado del respingo.

Mientras escucho a Doña María hablar con un guardia, el chiquito me agarra para ayudarme a salir por la ventana del dormitorio. Me pone un bocadillo en el bolsillo y me da un beso. Yo ya sé lo que tengo que hacer, pero los pies se me hacen gelatina nada más apoyarlos en el tejadillo. Me doy cuenta de que casi va a amanecer y, aunque hace calor, la humedad no para de caer. El bofetón que le dan a Doña María me atraviesa la cara y echo a correr. Y vaya, si corro… no tardo cinco minutos en colarme entre las cañas de azúcar y subir hasta la vega. Todavía no sé en qué bando juega el cura, pero en mi mente voy rezando porque los picoletos no llevasen al perro, y creo que no lo lleva, porque los oigo correr, aunque no escucho ladrido alguno. Corre; esmirriá.

Ya no me queda caldo en los huesos.

Llevo varias horas abrazada a un chirimoyo. No puedo salir a plena luz, así que no me queda otra que esperar un poco más… Me duelen los ojos de mantenerlos abiertos, pero más me duelen los oídos cada vez que escucho una hoja crujir. En cuanto el cielo se tiña de ámbar, tengo que correr de nuevo. Me falta poco para llegar a Jete, donde otro enlace me espera. Si tengo suerte, pronto estaré con mi Julio…

La risa del diablo me abre los párpados y yo, del susto, casi me caigo del árbol. Pero hacen falta tres picoletos para bajarme. Si tuviera la navajilla de mi cuñada, ya me habría bajado yo…

El cielo se está tiñendo, pero ya no puedo correr. Ya no estaré con mi Julio. El picoleto se está comiendo el bocadillo que me dio el niño de Doña María. Mientras, me mira, y sonriendo, me pregunta por mi cuñada. Benemérita; la hostia que te dio.

Me han llevado cerca de la Herradura. Creo, porque casi veo el arco de la playa desde aquí. Hay otros compañeros conmigo. Y antes de que el plomo nos despida, siento lluvia en mi frente. Levanto la mirada y escucho un murmullo repetitivo, pastoso, casi gangoso, que me absuelve de no sé qué. Se me para la respiración: ya sé en qué bando juega el cura.

Dónde estará mi Julio. Dónde estaré yo.

Que alguien me encuentre: ese es mi mayor deseo.

Espiro. Expiro. Olor a tierra mojada.

Que la Historia está llena de héroes, es cierto. Que los héroes son construcciones, también.

Más allá de la multitud de personas anónimas que hoy quedan fuera de los grandes hechos históricos, también debemos atender a aquellos colectivos que, de forma deliberada, o no, nunca se incluyeron en páginas de la Historia. Gracias a investigadoras/es y a asociaciones y movimientos que trabajan por cumplir con la memoria histórica de nuestro país, así como la revisión que se está realizando desde una historiografía de género, las piezas perdidas se van uniendo a este gran puzle que conforma nuestra Historia.

Generalmente, cuando leemos acerca de la Guerra de España y postguerra; más concretamente, sobre la época de guerrilla, solemos encontrar, como en la mayoría de los episodios históricos, una predominancia de los hechos (sin una conexión, aparentemente, más allá de la cronológica) sobre las relaciones y los contextos que determinan dichos contextos. A esto se añade una presencia casi exclusiva de personajes masculinos, que dejan en el olvido a tantas mujeres que vivieron el golpe de Estado y la posterior guerra.

Aunque no cabe en un relato la justicia a la memoria de tantas mujeres olvidadas, en este, he intentado narrar una pequeña muestra en honor a algunas de aquellas mujeres que formaron parte de la guerrilla, ya fuese en organizaciones clandestinas, o como enlaces; aquellas que, por diversas razones, no participaron de forma directa en los maquis, pero permitieron su desarrollo gracias al apoyo emocional, logístico y material que ofrecieron a la guerrilla, cuya importancia creció, especialmente, a partir de 1944.

Algunas veces por convicción política, y otras, haciendo de tripas corazón para hacer político lo personal, estas luchadoras aseguraron el mantenimiento tanto de la guerrilla como de la digna defensa ante la represión franquista.

A Carmen García Rodríguez. Enriqueta Arellano. A María Teresa. Doña María. Carmen Díaz García. Soledad Amate Rodríguez. Porque pronto vuestros nombres sigan resonando.

Gracias a Jaqueline López Ligero, por ayudarme a orientarme en este tema y ayudarme (ayudarnos) a conocer a algunas de estas mujeres. Gracias a mi compañero Iñaki De Eróstegui Aznar, por contarme tantas cosas de sus abuelos.

Luna Fernández Muñoz

Referencias:

López Ligero, J. y Azuaga Rico, J.M. (25 de Julio de 2020). El terror y la dictadura. Seis razones para seguir luchando. El Independiente de Granada

http://www.elindependientedegranada.es/blog/terror-dictadura-seis-razones-seguir-luchando?fbclid=IwAR27j_Ra1R3Ye8OR-qrePxc9T1RsKBlOdQbv5CosfmO4a-g7sZ1aR68xy8w

López Ligero, J. y González Alcalde, S. (8 de Marzo de 2021). Compromiso, mujer y memoria. El Independiente de Granada.

https://www.elindependientedegranada.es/ciudadania/compromiso-mujer-memoria?fbclid=IwAR1KuGbnJVGuVUG8FM-bxV9Ds2ml7haUC_EnLy4SSezW3EtGmMLfYf84K_E Yusta Rodrigo, M. (2015). Con armas frente a Franco Mujeres guerrilleras en la España de Posguerra. En Heterodoxas, guerrilleras y ciudadanas. (pp.175-195). https://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/34/28/09yusta.pdf

 

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