Poesía de madrugada / Tomás Hernández

Habíamos pasado un día feliz. Encontramos a un querido amigo que celebraba, casi de incógnito, su cumpleaños. Un montón de años muy bien llevados, para qué vamos a entrar en detalles. Llegué a casa con esa satisfacción de la amistad cumplida y regalada. Como suelo acostarme pronto, a media noche me desperté. Iban a dar las cuatro. En la radio anunciaban una entrevista con un joven poeta al que presentaban como una revelación de poesía ágil, fresca, moderna. El autor acababa de publicar un libro y tenía, decía con éxtasis la presentadora, ciento setenta mil seguidores en Instagram. Dios mío, pensé en mi desvelo, ¡170.000! posibles lectores, así, con número, que abultan más.

No me importa despertarme a esas horas, es un tiempo impreciso donde los límites entre la realidad y la ensoñación se desvanecen, un tiempo propicio para ajustar cuentas con uno mismo, la autocrítica que decían los marxistas, o pensar estas cosas que luego escribo aquí. Echaba cuentas sobre la aplastante cifra. Me decía, aunque sólo compre el libro uno de cada diez seguidores, estaríamos hablando de una edición de diecisiete mil libros de poesía. ¿Es posible? Supongamos, me decía, que compre el libro un porcentaje menor, un cinco por ciento, ocho mil quinientos libros. Tampoco está mal.

El poeta leyó un poema del reciente poemario. Decía así: “Ven a casa a las nueve. Yo cocino./ Bebes cerveza sentada en la encimera, / te metes con mi delantal (sic), me acerco / pongo mis manos en tus piernas, te beso. / Ven a casa a las nueve”. Creo que transcribo bastante fielmente el poema, la medida de cada verso es imposible de reproducir, daban la impresión de ir cortados a machete.

Formaban la tertulia sobre el libro, no recuerdo el título, la directora del programa, el poeta y el prologuista. Me sorprendió la repetición incesante de tres palabras. Al prologuista el libro le había impactado por la sinceridad desnuda; la presentadora admiraba la desnudez sincera del poemario; el poeta afirmó buscar en sus poemas la desnudez, el impacto, la sinceridad.

Bastaría decir que la desnudez del poema está en la limpieza, la precisión y el asombro del lenguaje. Que el impacto no lo provoca la intensidad del sentimiento del que escribe, sino la exactitud y la belleza. Y que la sinceridad es muy mala consejera literaria. Pero preferí dormirme oyendo la metafísica futbolera del partido de anoche.

Tomás Hernández.

 

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