¿Sería efectivo retrasar tres semanas las vacaciones de Semana Santa?

 

Gobierno y CC.AA tienen en los próximos días un dilema sobre el que decidir: desescalar medidas con vista a las vacaciones de Semana Santa con la apertura de perimetraciones y medidas de movilidad más relajadas o continuar e incluso extremar más la precaución para no expandir el virus, pero también seguir frenando la economía y concretamente los dependientes del turismo.

Que estamos en una situación delicada no escapa al entendimiento de nadie, tanto por las variantes del virus, en algunos casos más virulento, como la ralentización que viene sufriendo la vacunación. Con este cóctel los expertos preven una cuarta ola parecida o peor que la del pasado enero si se vuelve a abrir la mano durante el próximo periodo vacacional; si la vacuna no se hace masiva en los próximos días, cosa harto improbable, un aumento del contagio es inevitable ya que a mayor movilidad de la población, y en esos días son millones los desplazamientos, se multiplica exponecialmente el peligro.

En este sentido, un equipo de expertos de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) ha llegado a la conclusión que retrasar tres semanas la Semana Santa es un gran aliado frente a la Covid-19. La medida, según ellos, permitiría aumentar en más de 1,5 millones las personas vulnerables que podrían recibir una nueva dosis, ayudaría a disminuir los contagios y mejoraría la economía.

Y mucho más cuando desde, por ejemplo Andalucía, se prevé llegada masiva de vacunas a partir del mes de abril, según las indicaciones del Ministerio de Sanidad, que auguran un aumento considerable del número de dosis de vacunas Covid-19 de Pfizer-BioNTech, Moderna y AstraZeneca, así como la posible llegada de nuevas vacunas como la de Janssen en las próximas semanas.

Con la medida, no quiere decirse que hubiese que cambiar el calendario religioso y sí que sus creyentes adaptaran en cierto modo la liturgia de esos días a las medidas sanitarias, puesto que el cambio está dirigido a las jornadas festivas pero no a las religiosas celebradas en esos días.

Así, el estudio señala lo siguiente: “Efectividad de las medidas efectuadas para la contención de la pandemia y optimización de la efectividad de la estrategia de vacunación (II)”, elaborado por Rafael Cascón, Paula Villanueva, Miguel Berzal y Francisco Santos, “el aplazamiento de la festividad nacional de Viernes Santo, actualmente fijada para el 2 de abril, al 23 de abril, en coordinación con el aplazamiento por parte de las diferentes comunidades autónomas de los festivos tradicionalmente asociados a dichos días (Jueves Santo al 22 de abril o Lunes de Pascua al 26)”, así como con “otros calendarios como los de los centros educativos”, supondría “un mayor ratio de vacunación de personas vulnerables cuando se produjera el período vacacional, y con ello la reducción muy importante del riesgo que se ha visto, que llevan asociados estos períodos festivos, como se observó en diciembre”.

“Una estimación rápida teniendo en cuenta el flujo aproximado de llegada de vacunas actual, de medio millón semanal, permitiría estimar que se conseguiría que aproximadamente 1,5 millones de personas vulnerables más recibieran una dosis de vacuna, bien sea con la primera, con la que se consigue, según lo que se va conociendo, una elevada protección, o una segunda dosis, con la que se logra completar la inmunidad que proporciona la vacuna”, precisa Rafael Cascón, investigador titular de la UPM. “Y eso en uno de los peores escenarios posibles, puesto que la previsión es que el flujo de vacunas aumente. Retrasar la Semana Santa tres semanas supondría una reducción muy considerable en cuanto a hospitalizaciones y fallecimientos, dado que aproximadamente el 70% de los fallecidos tiene más de 80 años. Así, en un rebrote como en enero con 500 muertos diarios durante algunas semanas, posponer 21 días la Semana Santa podría permitir evitar del orden de 300 decesos al día si se consiguiera la vacunación casi completa de ese grupo de edad. Dado que hoy no estamos en ese pico, la horquilla depende de cómo evolucione la pandemia. De modo que en caso de repunte pronunciado (aunque no como el de enero) posponer esta festividad podría llegar a evitar entre 50 y 200 muertes al día según la cepa y la situación epidemiológica. Pero es un dato aproximativo”, precisa el experto.

Además, los autores del estudio ven “razonable prever que se puede conseguir una elevadísima ratio de vacunación en esa franja de edad (para entonces), que podría llegar a abarcar a la inmensa mayoría de esos mayores como receptores de una primera dosis, y también muy probablemente un porcentaje muy considerable de la segunda dosis. E incluso el inicio del proceso de vacunación en las dos franjas de edad inferiores, en las que se puede apreciar una singular vulnerabilidad, si bien ya más reducida que la del grupo actualmente en vacunación”.

Así, “para el grupo de mayores de 80 años, por fin ya priorizado, de mantenerse la misma estructura de mortalidad (coherente con lo observado recientemente), vacunando al 6% de la población se podría conseguir una reducción de mortalidad cercana al 70%. Asimismo, es importante reseñar que también esta franja de edad supone la mayor proporción de carga hospitalaria. Así los ingresos hospitalarios desde el 10 de mayo de esos mayores de 80 años (el 6% de la población) suponen el 31,2 % del total de hospitalizaciones. En una futura etapa, vacunando también a los mayores de 70 años la mortalidad se podría reducir hasta en un 90%, y, considerando la carga hospitalaria de este grupo de edad (22,1%), podría reducirse la posible ocupación hospitalaria en más de la mitad puesto que el 53,3% de las hospitalizaciones por Covid-19 desde el 10 de mayo fueron mayores de 70 años”.

 

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