Tres en raya / Tomás Hernández

 

Parece que últimamente concito las iras de los coléricos. No sé por qué. Lo único que se ve de mi persona son las gafas entre la mascarilla y el sombrero. Ya hablé el otro día de la actitud airada del descarado que no respeta el turno y, además, te pregunta si tienes mucho que hacer. Pero lo de esta mañana nunca lo había visto ni pensado. Renqueaba mi “twingo” por la cuesta cuando me encuentro con tres enmascarados, como todos ahora, que paseaban por la carretera. Nada sorprendente. Uno de los enmascarados ocupaba el escaso arcén izquierdo, otro el derecho y el tercer paseante caminaba por el centro de la carretera, por la mismísima línea continua que separa los dos carriles estrechos. Tímidamente, pulsé, con suavidad extremada, el botón del claxon, pensando que la transeúnte estaba en un momento de indecisión, como tantas veces en nuestras vidas, sobre qué orilla elegir. Pero no, una furia enmascarada se volvió hacia mí y me espetó: “¿Es que no sabes guardar las distancias? señalando a los acompañantes laterales. “Ahí tienes toda la carretera para ti” dijo, sin moverse del sitio. El insulto, si lo hubo, no llegué a escucharlo. Sólo sé que aún vociferaba mientras yo ensayaba unos gestos de disculpa con las palmas de las manos, como delincuente cogido “in fraganti”, y seguí mi camino cuesta arriba.

Podría haberle dicho a la caminante escandalizada que sólo quería avisarla, no insultarla, haberle sugerido que la distancia también se podía guardar, incluso mejor, andando en fila india, uno detrás de otro. Pero, ¿valía la pena argumentar contra el absurdo?

La obligada y necesaria separación ha convertido la distancia social en un juego de “tres en raya”. Buscamos el rincón donde salvarnos sin perder del todo la escasa compañía y la proximidad de los amigos, el espacio donde escuchar la voz y ver en la mirada el abrazo imposible, los afectos compartidos, pero llevar la precaución del “tres en raya” a una carretera podría acabar siendo un juego arriesgado y peligroso. Un exceso de civismo, una delicadeza bienintencionada que, como advirtió el poeta, puede costarnos la vida.

Tomás Hernández

 

 

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