Una ducha escocesa / José María Sánchez Romera

UNA DUCHA ESCOCESA

…es lo que ofrece el líder separatista catalán Oriol Junqueras. En unas manifestaciones hechas públicas el 7 de junio de 2.021 una de las cabezas del águila bicéfala del independentismo propone como salida a su ruptura de la legalidad, la celebración de un referéndum como el que tuvo lugar en Escocia el 18 de septiembre de 2.014. Da igual que histórica o constitucionalmente las similitudes entre ambos estados sean ninguna y da igual de todas formas, son frases de baratillo para la ocasión, en cada momento el separatismo catalán acomoda el libreto a su conveniencia y tratan de seguir bailando con el resto de España el inacabable rigodón que el secesionismo impone. Y además sin apuros, porque para paliar las secuelas económicas que provoca esa “dróle de révolution” que se vive en Cataluña está el resto de los españoles.

La otra cabeza de la rapaz, con sede en Bruselas, de momento juega el rol de la intransigencia porque no sufre los rigores del presidio. En tales circunstancias su tiempo lo dedica a la gestión de negocios ajenos (que también son propios) procurando a los miembros de su partido sinecuras y puestos en el gobierno autonómico colonizando la mayor parte de la administración. La desvaída presidencia de la Generalidad obtenida por la Esquerra ha tenido el altísimo precio de ser minoría y con competencias secundarias en el “Govern”. Pero todo el mundo comprenderá esto porque sabe que las cosas no se dan gratis. De hecho, esa es una idea muy elemental incluso en el mundo del hampa, como está perfectamente reflejado en una de las escenas de la primera entrega de El Padrino. Reunidos todos los jefes de la mafia para poner fin a la escalada de violencia y asesinatos que se prodigan entre sí, discuten, tal era la causa del conflicto “fratricida”, sobre la conveniencia para sus otros negocios el permitir en los respectivos barrios el tráfico de drogas, incluso debaten la moralidad de ese comercio (en ese peculiar entendimiento dicotómico que de la moralidad tienen las bandas criminales). Don Corleone se negaba porque era una actividad condenada por la Iglesia, el resto quería explotar la venta de estupefacientes porque de no hacerlo, perdían mercado. El presidente de la reunión, un tal Don Barzini, zanja finalmente el debate sobre la base de autorizar el tráfico de drogas, pero aclarando que al depender la protección oficial de las influencias políticas de Don Corleone, tendría éste derecho a pasar la factura correspondiente, porque “después de todo”, termina diciendo Barzini, “no somos comunistas”. En España la paradójica consecuencia va a ser que la factura que va a cobrar el nacionalismo porque los saquen de la cárcel, gobiernen la autonomía sin interferencias y se hable de las cosas que a ellos les interesan, adviértase el despropósito de pagar después de dar, no va a correr a su cargo y que siendo los beneficiados del negocio a la postre, le están haciendo al Gobierno Central, lo de nacional empieza a ser mera literatura, “mutatis mutandis”, lo que Puigdemont a los de la Esquerra, pero en vez de cobrar a cobrar los votos a precio de oro, la referencia de coste va a ser la del platino.

Así las cosas, los indultos no cursarán ya sus efectos por el conducto rectal al que se remitía el Sr. Junqueras, sino por el más formal del BOE cuando se publiquen. Con ello se habrá culminado una de las tramitaciones administrativas más estrafalarias, cabrían términos menos eufemísticos, de la historia. Ya están concedidos antes de terminarse la confección de los expedientes, lo que forzosamente implica que todos los informes del Gobierno para respaldarlos serán mero instrumento de una decisión ya adoptada. Pero aunque por desviación del sentido de la ley, los indultos van a ser la expresión de una voluntad política, su virtualidad puede verse comprometida si son sometidos, como sin duda va a ocurrir, a control judicial. Otra novedad destacable será que los indultos, con independencia de sustanciarse individualmente para cada condenado, tendrán como trasfondo una conformación plurisubjetiva de la medida de gracia, una especie de dumasiano “todos para uno y uno para todos”. A ver quién se atreve a decir a partir de ahora que en España no se innova.

Si examinamos fríamente lo que puede obtener el Gobierno de los indultos y demás gestos (dinero y manos libres en la región) hacia el separatismo catalán, solo puede ser un apoyo pasajero y condicionado de la representación parlamentaria de los indultados para evitar su caída (a corto plazo). Hacemos abstracción por supuesto de la renuncia transitoria al unilateralismo de Junqueras movida por la necesidad de aliviar en lo posible al Gobierno central el inmenso desgaste que los indultos le van a causar a los partidos que lo sostienen. Empero por la historia y también por la memoria reciente conocemos que el nacionalismo catalán pliega y despliega las velas que los acercan o los alejan de España conforme a sus intereses más inmediatos, pero siempre con el objetivo de progresar cuanto pueda hacia el puerto llamado independencia. Cambian de rumbo, pero no de destino. Cuando en las Cortes de la Segunda República se discutía el llamado Estatuto de Nuria, en el acaloramiento de un debate en el que se puso en cuestión la lealtad al Estado de los nacionalistas, seguramente con el fin de no estropear la aprobación ya pactada con el Gobierno presidido por Azaña, uno de los diputados de la llamada minoría catalana gritó (la cita puede no ser completamente literal): “Con lágrimas en los ojos decimos ¡Viva España!”. Dos años después se sublevaron violentamente contra la República. Con ocasión de ser detenidos los líderes del “procés”, sin el menor empacho, Puigdemont manifestó públicamente que los acusados dijeran ante los jueces lo que fuera para eludir responsabilidades. La coherencia podía quedar para mejor ocasión, en ese momento se trataba de salir del atolladero. Referencias similares pueden citarse profusamente.

¿Es todo lo anterior la expresión de una postura maximalista? Pues no. Más bien lo contrario, pero los pactos deben presentarse en democracia desde la abierta expresión de lo que las partes pretenden porque lo contrario “es peor que un crimen, es un error” (Fouché). Porque si el Gobierno quiere integrar al independentismo en el proyecto nacional, mientras que la otra parte insiste en que su aspiración es la contraria, solo queda pensar que están representando una farsa obligados por las necesidades tácticas respectivas, oculta tras la logomaquia de la propaganda. Las posturas verbalizadas por ambos interlocutores se excluyen necesariamente, por lo que solo queda pensar que ambos esperan tiempos mejores y por eso quizás han pensado que nada más entretenido que hacerlo alrededor de una mesa. Junqueras reparte las cartas.

José María Sánchez Romera

 

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