Una falacia y un cuento ( A Margarita Robles) / José María Sánchez Romera

 

 

En la atropellada carrera hasta las próximas elecciones generales, estaciones de la penitencia autonómicas de por medio, esta semana ya moribunda ha marcado de manera definitiva el terreno sobre el que se disputará el poder. Como en la escalera de Jacob, unos habitarán al cielo y otros quedarán sobre la tierra. La formación de las decisiones políticas, eso que según Bismarck no se debía conocer lo mismo que es mejor no saber cómo se hacen las salchichas, aparece ya descarnada ante los ojos del público. Un público ya incapaz de sentirse atónito ante lo que ve y escucha, como el esclavo acostumbrado a los malos tratos que convierte el dolor en un estado natural de su existencia.

El llamado decreto de medidas contra la crisis provocada por la guerra de Ucrania es la enésima falacia que todo intervencionista urde para rehuir sus culpas atribuyéndolas siempre a otros. Sin embargo, nos ha ofrecido una certidumbre en relación con el Gobierno: llegue hasta donde llegue, que no será muy lejos porque las leyes de la economía son inexorables, sus alianzas serán, con ocasionales deserciones, las mismas que lo invistieron. Ningún giro inesperado cabe ya en el guión de esta legislatura a la que la economía seguramente precipitará su final. Las previsiones del Gobierno sobre crecimiento del PIB, conforme las opiniones solventes anticiparon, se han desplomado tres puntos de golpe y eso significan miles de millones de euros que no llegarán a las economías domésticas y un paralelo descenso de la recaudación que para mantenerse en equilibrio con los niveles de gasto público previstos necesitará incrementar la presión fiscal con el consiguiente deterioro del nivel de vida de los particulares. Eso ahora se llama defensa del estado del bienestar, llegado el momento la idea será oportunamente deconstruida y pasará a denominarse “recortes”.

Cuando se considera con cierta atención lo que significa el vocablo progresismo, se llega a la conclusión que en sí mismo no quiere decir nada, de significar algo sería la de una autodispensa ética para disfrutar de un buen nivel de vida con la tranquilidad de conciencia que presta el deseo platónico de una existencia próspera al resto de la humanidad. La cuestión es que cuando los gobiernos autodenominados progresistas, persiguiendo indiscriminadamente un afán reparador de toda carencia material, se dedican a disparar el gasto público como irrenunciable seña de identidad, las consecuencias llegan y nunca son las pretendidas. Es muy habitual oír que llevar a cabo las decisiones de esa naturaleza es una simple cuestión de voluntad, lo cual es cierto, pero se hace a costa del olvido de la razón. La voluntad política lleva a incrementar la liquidez por encima de la actividad económica real, financiando lo que el mercado no demanda y provocando el alza de los precios. La voluntad política lleva a elevar la presión fiscal sobre los ciudadanos más allá de las razonables necesidades del sostenimiento del Estado. La voluntad política lleva a elevar el endeudamiento para financiar gasto ineficiente y muchas veces clientelar. Y cuando el optimismo de la voluntad política ya no tiene donde imponerse el pesimismo de la razón llega en forma de cruda realidad. La economía no es una ciencia exacta, pero sí es exacto el conocimiento de que gastar por sistema más de lo que se ingresa conduce a la ruina.

La falacia la semana va acompañada de un cuento cuya destinataria hemos terminado conociendo y que con irónica coincidencia se llama Margarita. Se trata de un cuento posmoderno, Rubén Darío se encuadraba en el movimiento modernista, y se lo ha dedicado el independentismo catalán a Margarita Robles, Ministra de Defensa del Gobierno de España. Contra lo que pudiera parecer dada la rudeza intelectual de los denunciantes, la historia ha tenido mucha sutileza y es porque evidentemente no ha sido ideada por ellos. Se da a conocer públicamente un espionaje masivo a todo el movimiento independentista catalán cuya prueba es una publicación hecha en el extranjero por un independentista catalán. El Gobierno, que cuando le comunican las sentencias del Tribunal Constitucional se refiere a ella como la “opinión de seis magistrados”, se declara inmediatamente pillado en falta y manda a su alter ego de Fouché (“Por supuesto, Sire”) a Cataluña a presentar excusas y dar toda suerte de garantías de que habrá una investigación a fondo sin necesidad de que se demuestre nada. El Ministro del Gobierno de España es despojado de su teléfono al entrar y sentado en una mesa estilo “putin”, conforme a la más reciente tendencia estética con la que se hace patente el desprecio diplomático. Al fin y al cabo, para los nacionalistas el Ministro viajaba a un país extranjero. El círculo se cierra cuando tras esas vagas denuncias se acusa directamente a la Ministra de Defensa como responsable del espionaje, incluso por compañeras de su Gobierno (si pactamos con Podemos “habría dos Gobiernos” predijo lúcidamente Pedro Sánchez sin hacerse después caso a sí mismo). Nadie la ha defendido y ese nadie deber ser muy ominoso para ella y elocuente en lo que significa. Con su neutralización, en una operación de diseño que incluye como coartada la propia humillación de su promotor, se acaba con el último reducto de pensamiento estructurado al frente del Gobierno. Ya es irrelevante si sigue o no al frente del Ministerio, el poder es otra cosa.

 

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