A pie de foto / El cine y Almuñécar / Javier Celorrio

 

El vals de los caballos lo hacen en esta foto Conchita Bautista y el rejoneador Ángel Peralta, que están en Almuñécar por el rodaje de una película que protagoniza, la sin par, se decía cuando entonces, Juana Reina. También musa de los sueños mojados de Franco, y es que la Reina en su cosa siempre tuvo un porte militarón, una novia virgen e intachable, casi madre, guardada en la cartera del legionario.

Ambos, pizpireta y rejoneador, bailan en el tiempo ido su rumor de romance de la entonces prensa del corazón que pasaba por llamarse ecos de sociedad: ellos danzan al paso equino de la montura en un San Cristóbal idílico de cuando el cemento aún dormía y el talento, como es natural, no presentía que el mal gusto terminan imponiendo lo que cualquier tonto sentencia como futuro o, más concretamente, aquel pasaje de Proust donde se dice que un hombre de gran talento prestará menos atención que un tonto a la tontería de otro. No obstante, la tontería tiene eso, que por baladí termina imponiendo su criterio, se sube a las barbas del talento y éste sucumbe y se va.

En la foto, él la mira como preceptor y ella atiende concentrada la enseñanza sobre ese iniciático pas de deux caballar. Dicen, pero se quedó en dicen, que luego la danza fue otro fuego que ahora pasaría a ser carne a la brasa de plató del Sálvame.

Desde las ventanas, del cercano y reciente inaugurado Hotel Sexi, imaginamos que la cantaora Juana Reina, novia de Juan Lucero en la cinta, y su madre (los tiempos que las artistas viajaban con mamá) miran con desaprobación ese rumor de rodaje y que hasta la niña Juana canturrea una de sus coplas de amores bordados con el primor de unas sienes moraditas de martirio o ese extraviarse y donde siempre se sufre como está mandado por amores desaprobados por la moral. Acaso un comentario mordaz de la madre, mientras que con gesto expeditivo retira a la niña coplera del visillo por si acaso, finaliza la escena. La película, La novia de Juan Lucero, por si no la han visto. tiene su aquel: niña bien venida a menos enamorada de un mozuelo pinturero sin oficio ni beneficio que es obligada a casarse con el rico de la zona para mantener hacienda y orgullo. Al final el mozuelo pinturero es obligado a irse y la moza primorosa condenada al suplicio de la redención, todo con la banda sonora de la Reina en el más chirriante cine cancionero de la época, pero que eso sí, nos ha dejado un documento gráfico excepcional de cómo era la Sexi de los cincuenta.

No tengo claro, ni nadie me lo aclara, en qué época del año se rodó en Almuñécar la dicha novia de aquel Juan Lucero. Mi recuerdo añoso me recomienda que me incline por septiembre del 59; pero no cabe duda que fue esta «novia» junto con «El Próximo Otoño» de Antón Eceiza, a lo más cerca que estuvo nuestro pueblo de ser set cinematográfico. Aunque sería «La Acción del tigre», la que más luminarias del cine paseó por costanillas urbanas y el bar del aquel Hotel llamado Sexi.

La platino Martine Carol, el rubicundo Van Johnson y hasta un jovencito y desconocido Sean Connery que hacía suspirar con sus potencias a las mocitas y no tan mocitas casaderas de la localidad, terminaban los rodajes entre dry martinis, ginfizz y supongo que negronis en el bar room de aquel hotel tan internacional que tuvimos. Tengo algo escrito, bajo la influencia de Federico Fellini, sobre eso. Pero aseguran, quien los pudo ver de cerca, que la troupe de cómicos extranjeros bajaban impecablemente vestidos y se comportaban con educación extrema. Que aquellos peliculeros no eran criaturas del escándalo, como si dijéramos. Otro habría sido el color de haber estado en el reparto la explosiva Ava Lavinia Gardner.

Pero volvamos a Conchita, en aquel entonces de la foto. Promesa pizpireta del cine español, representante primera de aquello llamado música ligera siempre tocada de un floclor rosicler y que igual te cantaba lo de la luna y el toro o el inefable «Estando contigo» que nos representó en Eurovisión. En la foto está en un paisaje que también es promesa abierta y que a lo mejor, como la cantante, no estuvo muy acertado en que le eligieran su repertorio.

Lo que sí pudo ser verdad o no es el romance entre la cantante-actriz y el rejoneador. Dejémoslo en este baile de caballos y en ese paisaje idílico de antes de que Luis Martín-Santos en su «Condenada belleza del mundo» previera el futuro diciendo «Llegarán las caravanas de europeos para mofarse de ti. Y de nada te valdrá el fantasma del fenicio ni el del griego… profanarán con cantos de emoción ilegítima la solemnidad con que acostumbrabas recogerte cada noche, todo quedará lleno de orines y preservativos, de latas vacías y cáscara de huevo, de olor de gasolina quemada, de suecos que se han dejado la barba y de francesas ruines que ahorran también en vacaciones».  Le faltó al escritor un Covid en tanta distopía.

 

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