“Nació con el don de la risa y con la intuición de que el mundo estaba loco”. Así se inicia las aventuras de Scaramouche, el espadachín creado por Rafael Sabatini. El mensaje es perfectamente válido para encarar el momento que vivimos: el humor y la lucidez, esta última dentro de nuestras posibilidades, ante lo que nos depara cada día la actualidad. Saber de la risa y reconocer que el desgaste del planeta va en consonancia con la salud mental de quienes la habitamos..
Oír la radio, ver la televisión, leer la prensa ya es suficiente para el asombro, sin tener que acudir al gran ágora de las redes sociales donde el disparate impone égida en su baratillo habitual y que es prueba infalible de que el mundo va directo al desastre y no precisamente por una glaciación como la que acabó con los cromañones.
Al caso, recomiendo el libro de José María Bermúdez de Castro “Dioses y mendigos”, donde el director del Museo de la Evolución Humana, intuye que nuestra filogenia está en peligro de extinción, bien por el cambio climático o la superpoblación, añadiría “mi persona” (expresión muy egolátrica que utiliza en demasía algún político de muy presente poderío) por la despersonalización de criterio con el correspondiente low ético y moral que está provocando el llamado cansancio social que viene a agravarse con la dichosa pandemia y toda la parafernalia generada de efectos paliativos o como lo define el surcoreano, Byung-Chul Han: “El virus convierte el mundo en una cuarentena en la que la vida se anquilosa por completo, convertida en supervivencia. La salud es elevada a objetivo supremo de la humanidad” y por tanto surge una sociedad perfectamente instrumentalizada por el miedo, bien utilizado para fines de conveniencia política. Da que pensar, por ejemplo, la tardanza y torpe distribución de vacunas rodeado de todo un engranaje convertido en galimatías.
Que tras la pandemia el mundo será otro, se tiene, por el momento, leve intuición. Pero lo que sí entraña cierta perplejidad es como reaccionará la sociedad y sobre todo la más joven, esa que está perfectamente digitalizada y destinada a provocar el cambio efectivo. Esa pamplina de proclama de la nueva normalidad sólo está en la oquedad de egos de horizonte limitado; pues sea probable, aunque quede en deseo, que esa antipática definición futurista, y de efluvio totalitario, arrastre a ellos y sus incapacidades.
Para quienes nos acercamos al momento de saber que había detrás de la vida, nos queda el consuelo de que antes del eslalom de nuestro espermatozoide, por alcanzar el óvulo, no tenemos memoria y tal vez el final sea la inanidad eterna de tantos otros que al igual que los neandertales desaparecieron a saber porqué razón. A aquellos que tienen la esperanza de los credos, a lo mejor les acoge otra dimensión.
En el ínterin los dirigentes están, como siempre al final de todo imperio, a sus quisicosas sin entender la máxima taoista donde se dice que la noche empieza a mediodía.