A pie de foto / Javier Celorrio Una manzana en caída libre

A pie de foto / Javier Celorrio
Una manzana en caída libre

Este invierno el frío viene con ese bicho letal que es como la peste del siglo XXI, ése que nunca se ha ido. Los chicos, las chicas y los maniquíes de la moda juvenil de ahora, todos mirando, minuto a minuto, lo último de su influencer en la pantalla de instagram, se empiezan a cabrear por la prohibición del botellón, de la fiesta estudiantil, del meteysaca bajos las acacias del parque que, también, como la discoteca, han cerrado. Y con los estados de alarma o los toques de queda la situación amenaza con convertirse en un mayo francés por buscar un bar bajo los adoquines y un sacar a la calle los antidisturbios, los mismos de la serie que se pone ahora en Movistar y que tantas protestas está provocando en cuestión de corrección política.

Esta inestabilidad emocional o etílica no tiene que ver nada con aquellas revueltas de cuando la manta Paduana, que era una marca que se anunciaba en la revista Triunfo y que llevábamos, cuando el tardofranquismo, prendida al sobaco como escudo progresista, entonces el malestar venía por la dictadura, ahora viene porque la influencer se está poniendo pesada confinada en su loft vestidor y no hay trajín de fiestas, premios, inauguraciones, sólo cuatro trapos sin ocasión de lucir. Hasta el Vogue va delgado de publicidad.

La era del edredón viene fría como el origen de esa ropa de cama. Nada que ver con la anterior mentada manta que era gruesa y de lana recia, preparada para el cierzo y que protegía de la humedad. La nueva Era se abrió con los cobertores Crilenkas que abrieron las camas al universo sintético, y que anunciaba una señorita muy de Velvet, y hasta la científica china que salió el otro día en lo de Iker aseguraba que el bicho era presuntamente sintético y de laboratorio  preparado para una guerra biológica. Que sea así es algo que nos lleva al serial Dark y a todo eso de la distopía. De cosa de Iker.

Ya decíamos que estamos como en época de la peste en cuanto a la salud (lo de la inclusión es tema para otro día), unos siglos de oscurantismo manejado por papas y dos reyes, la respuesta fue el Renacimiento, el despertar de las Humanidades y el principio de la Ciencia y todo con el internet del momento que fue la imprenta. Ahora, la respuesta es una sociedad hedonista que al parecer no puede pasar del peñazo de las Navidades, ni del mogollón de las barras, ni del tráfico vacacional. Una sociedad hiperactiva en el ruido a la que quieren convertir en el príncipe Segismundo, cuando ella se cree nobilísima en corte barroca de cuando el XVIII. Pero la realidad de antaño es similar a la de hogaño: hay que poner buena cara ante los intereses del Estado del que somos ese engranaje llamado gleba.

La viróloga del CSIC, Margarita del Val lo ha dejado muy claro en una entrevista: «las Navidades en familia es ponernos en riesgo. Habrá que ver cómo estamos entonces, si bajamos de casos a lo mejor, pero lo veo difícil. Este verano llegamos a julio sin salir de casa durante semanas, y cuando creíamos que el virus estaba controlado por alcanzar un número estable de casos, los contagios subieron. En invierno estamos en interiores, y se han identificado 20 veces más brotes en ellos que en exteriores, de los conocidos».

Pues eso, nuestro futuro es parecido a un Armageddon sin frenada: una manzana en caída libre.

 

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