Las sombrillas playeras son como girasoles de muchos colores pintadas por la cabeza loca de un genio. Matisse las pintó en las playas de Niza. Ahora un quitasol y una hamaca de Matisse vale un Potosí que solo puede comprar un narco o un político desarmado pero armadillo de foeles dictatoriales, aunque estos últimos prefieren un chalet con piscina de borde infinito.
Los parasoles retratados son de clase media o mejor de una clase que vive al día, se alimenta en fastfoods, decora en Ikea y viste en Zara, H&M o por ahí. «Este verano» -me dice una amiga viajera- los destinos dorados nacionales (Ibiza, Marbella, Menorca) se están vulgarizando con el turismo de sombrilla y hamaca: Todavía no he visto una túnica de Diane von Furstenberg a excepción de la mía». Claro que siempre queda los paraísos del Pacífico.
Los ricos del verano 2020 se parapetan tras sus muros de cemento a prueba de covid-19 y para traspasarlos tienes que llevar certificado de estar vacunado hasta de la escarlatina. Qué diferencia con aquellos años donde en los saraos cool se admitía cualquier peculiaridad humana siempre que diera un toque chic al evento. Hoy esa clase dirigente de ricos y políticos progresistas y no, todos duchos en estupidez, imparte epicureismo y repiten mucho que los estúpidos son aquellos que nunca se satisfacen con lo que poseen y solo lamentan lo que no pueden tener. Hay que tener paciencia que todo pasará y no hay mal que en cien años no progrese a bien ¡Qué fácil decirlo!
Total, el veraneo para la mayoría de las sombrillas durará hasta mucho más que pase septiembre y volverá masivamente los lunes al sol. De nosotros, los curritos en paro o no, depende que no vuelvan a meternos en el aprisco. Europa ha hablado y ha dicho que no estamos para caprichos.
J Celorrio