Vamos por septiembre y estamos en lo sanitario como cuando no llegó la primavera allá por marzo. O sea, en el mismo umbral de la incógnita y la esperanza y, mientras, el burro dando vueltas a la noria.
Leo en una novela de estos días, días de ansiolíticos en todo, que un incendio no puede ser eterno, porque al final o se apaga o ya no queda nada por arder. El problema es que el país no es un árbol, pero es que los bomberos de lo político se van conociendo solos en su sequía de ideas, de propuestas, de falta de manantial donde enchufar la manguera. En esto se parecen al creador en dique seco o a esas pasiones que maquillan compartir la vida del principio gozoso de los amores con la convivencia en un piso. Al final “nada es más tediosos al hombre que estar en reposo absoluto”, Pascal dixit en sus Pensamientos 622.
Cuando el presidente actual se hizo presidente y redundancia sabíamos que nada se iba a mover, aunque quedaba un rescoldo de amor por la izquierda por si un acaso, pero el amor, ¡ay!, no era el del Dante que mueve el sol y las estrellas. El tema es que todo ha quedado en asunto de canallitas camastrones para sus monises y poltrona que te ofrecen todo y luego descubres que te la pegan con cualquier tonto que es tu espejo y que como tú quiere suplir su soledad con pasiones de juventud que, como se sabe es época de deslumbramiento y rebeldía y no atacados del miedo a la infección como estamos ahora por un beso que robé en el puerto.
Pero hoy, no quiero hablar de políticos y pandemia, mi intención era hacerlo de septiembre rememorando sus candelas del día 7, que redondea de oro la tarde rociando de temprano membrillo el aire, de color grana el cielo de sus atardeceres y tachona de fuego los montes de su paisaje. En este trance de la tierra, ya estaba todo empapado de las jornadas de sol del verano y la naturaleza mostraba el hastío de la luz en ese primer frescor que procura la amanecida. Era entonces que las cabras rastreaban aburridas los barrancos y se advertía esa primera tristeza que preconiza el equinoccio de otoño que ceñirá a la tierra con la oscuridad del Hades. Era entonces, que los dioses se plegaban a la morada olímpica, dejando a los mortales el beneficio del fuego, a cuyo alrededor narraban con nostalgia sus encuentros carnales, en prados y orillas, con la estirpe de los inmortales mientras alimentaban hogueras con los restos resecos del festín del verano.
Hoy es 7 de septiembre, cuando los montes que rodean Almuñécar y La Herradura brillan de hogueras y todo anunciaba, cuando entonces, que el verano con sus tradiciones se iba y había que imponer los usos del invierno y preparar los hogares, tras el ciclo, para el que se comenzaba limpiando de rastrojos hacienda y vida. Hoy es difícil poder descubrir ese calendario con broza y despojos en vísperas de la Natividad de la virgen María, origen de la celebración y que no cabe duda tiene consecuencias visibles en otras mitologías anteriores. Pero aparte connotaciones religiosas, la celebración contaba con el factor eminentemente agrícola de la catarsis.
También, el abandono de esta tradición deba gran parte del olvido al cambio en las tradicionales maneras de convivencia social del campo y a la mayor movilidad de los jóvenes de ahora, que son quienes pueden dar cuerpo y continuidad a esos encuentros festivos que anuncian el otoño. Otros, apuntan que la perdida de la tradición se debe a una mayor vigilancia de las ordenanzas sobre el encendido de estos fuegos que pueden provocar incendios forestales en época donde el campo lleva una sequedad extrema. Todo regulado y con plica.
Pero en la memoria de los más mayores queda el recuerdo de aquellos días de las lumbres cuyos preparativos comenzaban tres días antes con la elaboración de comidas, dulces. Luego, en aquella noche, se recorrían diferentes cortijos y cortijadas todas con sus lumbres. Y en torno a ellas, donde ardían materiales heterogéneos abundantes en rastrojos y hojas de penca secas que son de gran combustión, se comía migas o carne adobada acompañada de sangría o vino del terreno, mientras bailaban hasta la madrugada el fandango cortijero. En aquellas noches los jóvenes se echaban la primera mirada, se decían el primer compromiso o se perdían bajo el aroma de las higueras en su segunda floración de breva a higo.
Ya saben, eso pasaba cada 7 de septiembre. Ahora los misterios del sexo están en standby y muy corta rollos con mascarilla, hidrogel, políticos en formol.
J Celorrio