Hay entretiempo en el aire: mañanas veraniegas y noches otoñales. Hasta aquí todo lo normal de este tiempo al sur del verano. No obstante, en estos meses del covid sí hay más soledad en las calles y paseos, menos comercio, menos ruido; pareciera otro calendario de cuando el turismo todavía no había impuesto imperio ni el souvenir su carácter a los pueblos.
Incluso las miradas, que coronan las mascarillas, tienen cierta tristeza o la tristeza de siempre es más visible al hurtarnos cualquier otro rasgo facial que nos distraiga en la cara de la gente y que pone el énfasis en ojos que de sí son tristes, cansados, hastiados. Otras generaciones pasadas pasearían por estas mismas calles similar tristeza, desconfianza o indiferencia ante las desconfianzas y miedos de su tiempo. Imaginaros aquellos ojos recién salidos de una guerra civil con la sociedad imponiendo el estatus de vencedores y vencidos. ¿Cómo serían esas miradas torvas de miedo y odio por una parte y de victoria por el otro y con celajes de rencor en ambos lados cuando se cruzaban por la calle?
Las miradas tienen también su velo inquisitivo, desvelando si la supuesta pregunta es de mera supervivencia, como allá en la caverna, o es la inteligencia cincelada por los siglos que mira hacia dentro en su soliloquio eterno que es toda existencia.
Todo umbral al que entramos es principio de algo que terminará convertido en rutina. Lo es al inicio de una enfermedad, de un amor o de la propia felicidad. Son paisajes lleno de incógnitas en los que nos adentramos con la mirada del neonato recién salido a la vida desde las sensaciones de la gruta de la madre. Pronto, a todas ellas, se acostumbra la piel, conoce su gramática, construye su arquitectura y diseña su respuesta. Pero es la mirada la que siempre permanece al acecho de cualquier señal y por eso algunas te acogen, otras te estimulan, las hay que te espantan como estilete malvado y otras o son indiferentes o te enamoran. En esto último tener cuidado con las miradas aquejadas de miopía, pues suelen confundir y como los búlgaros que dicen sí con la cabeza pero en su gesticularidad quieren decir no, a lo mejor nos metemos en un jardín que más que umbral desde el inicio es frenesí.
Ahora estamos en miradas de entretiempo, en miopía aguda, ni en lo uno ni en lo otro y en todo lo contrario.
J Celorrio