Desde que Biden ha ganado pareciera a algunos que el Covid está desactivado por no sé que extraña razón o sortilegio, aunque no escapa que sea el snobismo político español uno de ellos. Desconozco que influencia inmediata pueda tener el señor electo, a tantos kilómetros de distancia, en la vida de quien se les va la misma defendiendo la política del demócrata o por el contrario la republicana si el defendido es Trump. Se me dirá que en este mundo globalizado hasta la decisión que toma en su despacho neoyorquino y mínimal la editora del Vogue, Anne Wintour, influirá mañana en el color de la falda escogido el año que viene por una muchacha en Fregenal de la Sierra, y entendiendo eso lo que no comprendo es el fervor patrio que alguno pone en ensalzar a Biden y rematar a Trump o al contrario cuando mayoritariamente no tenemos un tío en América y por supuesto que las políticas de uno y otro tendrá como receptor al pueblo americano y si quedan migas al resto siempre que convengan a los mismos intereses.
obvio, que particularmente el señor Trump me cae mal, pero más por sus declaraciones y sobreexposición pública y salidas de tono que por su política en concreto de la que tengo las justas referencias, aparte, como la del resto de presidentes de esa potencia que van a lo suyito caiga quien caiga. De Biden conozco lo que publica la prensa, de Obama lo que prometió y no hizo. Al caso, cuando la posguerra mucho exiliados pensaban que América cercaría de tal manera a la España franquista que al final el Generalísimo sería derrocado, el resultado fue que no solo no lo fue sino que se paseo por la Gran Vía madrileña con el general Eisenhower siendo éste presidente y con toda la parafernalia kitsch de la Guardia Mora flanqueando el Rolls. Y es que nos falta perspectiva y sobre todo ecuanimidad para comprender que hay cultura concéntrica y la hay excéntrica. Es lo que pasa con Oriente y Occidente: dos distintas maneras de mirar y entender la vida.
En España cada vez que América releva a un presidente republicano las élites intelectuales aplauden con denuedo el triunfo demócrata, al poco tiempo cunde el desengaño siempre en sordina y ya no se habla más del asunto hasta que en las siguientes elecciones otra vez vuelve el ardor demócrata o el apocalipsis republicano o a la contra y son los últimos los que llegan a afirmar barbaridades tan inciertas como que los demócratas son los que inician guerras locales, siempre lejanas a su territorio, cuando en realidad es el intervencionismo americano, en general tan adherido a su piel dese la conquista del Oeste, quien no duda en acogerse a la paranoia de que el imperio está amenazado cuando en realidad es que algún interés geopolítico y económico perturba los intereses a las arcas de Roma.
En los últimos comicios de las barras y las estrellas se han oído todo tipo de denuedos a uno y otro lado, desde que con Trump la pandemia aumentaría sus efectos en la población mundial por la postura viva la vida del empresario metido a político, hasta que el triunfo de Biden supone una conspiración mundial para establecer la hoz y el martillo como otro objeto más del imaginario pop.
El gran Pla en su «Madrid. El advenimiento de la República», contaba que entonces en España todo estaba politizado y hasta los sombreros lo estaban. Supuso la ruina de las sombrereros quienes también celebraron la caída de la monarquía en aquel 14 de abril lleno de entusiasmo por tantos años de monarquía decadente, decadencia que ya era viral al resto de la población.
Lo cierto es que si Trump o con Biden la vida sigue igual imparable en su aspecto decadente, enferma, vírica y algo estúpida sobrevolando el nido del cuco.