Hay esbozos de arte en esas fachadas desconchadas que ilustran un tiempo que pasó, tuvieron su actualidad y ahora en su sobrevivencia son un presente como expresionismo abstracto con hábitat de fantasmas que son halos que recorren las ruinas interiores. A los fantasmas, es creencia general que hay que invocarlos, gran error: los espectros de ultratumba vienen a tu encuentro. El problema es que tú los veas o no o sepas interpretar que un escalofrío en la piel cuando no hay de qué es el anuncio de una presencia. Yo he tenido encuentros y les he puesto nombre. Al caso, tuve uno al que llamé Salerito y tenía afición a lanzador de cuchillos. Se canso de no dar nunca en el blanco, que era yo, y dejó o abandonó mi cocina y concretamente aquel lugar donde estaba el salero y del que salían los cuchillos, si se había dejado alguno en su cercanía, disparados.
A los fantasmas de casa abandonada no hay que hacerles caso y tampoco mostrar miedo. Si se les ve, es mejor ni saludarlos. A veces he pasado por alguna de esas casas y he oído como un canto de sirena tras una verja, puerta, los cristales rotos de una ventana entre retazos de visiones de una realidad que un día fue. Si te ocurre, mantente Ulises y no te dejes embaucar del dulce cántico jamás oído y que teje una tela de araña de sonidos mágicos, y por ello adictivos, sobre la voluntad. Es difícil escapar, pero de lo contrario te aseguro que si no gestionas bien la entrada en el Hades; es decir, si decides traspasar esa puerta creyendo vas a un mundicolor de agencia de viajes es probable que el viaje resulte peor que el del Corazón de las tinieblas. Libro que recomiendo para estas largas tardes de verano en soledad y único estado donde descansar de la mascarilla. El libro, por otra parte, es de una travesía inquietante.
Pero volviendo a la foto, esta muestra una decadencia que se ha ido tejiendo de tiempo con sudario de expresionismo abstracto, mientras su interior va cediendo las vigas y aniquilando techos en su metástasis de olvidos como gatopardo siciliano. Frente a nosotros una fachada con estética de pintura, pero cuya narrativa no se conoce y por ello no existe como momento que se intuye y al momento se diluye. Pudo ser habitada por un príncipe extranjero «que llegó nocturno a Ítaca, a través de la amada y trémula puerta que llamamos Euriclea» (Cunqueiro) y se decidió a vivir. De su viaje nadie ha contado nada.
Javier Celorrio