A pie de foto / Un estilo, un príncipe / Javier Celorrio

 

La muerte de Felipe de Edimburgo entierra un perfil del mundo elegante del siglo XX y un estilo british que impuso look y marcó cierto carácter a los usos y maneras de distintas épocas, pero especial en los años sesenta, muy visible esa tendencia en la serie MadMen, aunque esta última, de factura americana, falto de ese charme del aire usado en ternos y trajes de franela, tweed y cashmeere que, según las reglas de toda elegancia, es toque imprescindible a la hora de puntuar el auténtico estilo. Así, el rey consorte, con el protocolario dos pasos atrás de la regia esposa, nunca pareció de estreno en sus apariciones, sí Burberry en lo deportivo pero nunca Ralph Lauren, como si por su guardarropa el tiempo efectuara un estudiado y justo deterioro. Dicen, que los aristócratas ingleses hacían estrenar los zapatos a su mayordomo a fin de que la piel adquiriese un aspecto algo gastado y no parecerse a cualquier snob de las clases inferiores en agenda de estreno. En esa regla, o al menos en apariencia, el duque era ejemplo.

En una época en la que nada distorsionaba mas lo armónico que algo situado fuera de lugar, el príncipe de Edimburgo siempre estuvo perfectamente armonizado al entorno encomendado, pues no chirrió jamás en los aspectos públicos, a excepción de las salidas de tono de cuando los royals quieren aparentar campechanía, aunque se rumorea que no pasara lo mismo de puertas adentro, donde siguiendo el curso tradicional ejercía de pater familia, como es visible en la serie The Crown.

El Mountbatten, antes Battenberg, capeó bien los temporales que terminaron imponiendo nuevos aires incluso a la intocable monarquía inglesa que, como siempre reitera, fue adaptando, al igual que el apellido y desde su natural capacidad camaleónica, la férrea apariencia de su marca industrial al lowcost que imponían los tiempos, pero con la excelencia bajo paragua y siempre impecable a sus propósitos de permanencia. Nada que ver con la española que es eso, española.

Con el finado se va un estilo elegante, sensato, discreto, la cabeza erguida en público, no obstante con algún momento de inclinación reflexiva, y una actitud que parecía confiada en la decisión tomada. Nunca pareció un dandy a la manera del duque de Windsor mezclando exquisitez y osadía, Felipe tampoco fue una elegancia bien construida, a caso por ausencia de creatividad, pero en esencia era discreto y disciplinado.

Se dice que estos son tiempos convulsos, el siglo XX ya lo fue y de qué manera, pero sus tiempos de la pérgola y el tenis acabaron hace tiempo y hoy la elegancia no es un sacramento y su armonía viene servida en heterodoxia bajo el lema «la belleza convulsa» del surrealismo. Esto es, cuando la balanza se inclina a la osadía y la elegancia busca efectos desoyendo aquella máxima de Chanel que señalaba como persona elegante a aquella que pasa inadvertida en el metro y hace volver la mirada en los salones. Nuestra época nos llega del posmodernismo de los setenta, una heterodoxia frente a la armonía y el equilibrio de la línea recta. Para los entendidos de hoy lo bello no está quieto y la elegancia no se encuentra en la obra perfilada sino en perenne movimiento.

Hoy, arquitectura, literatura, arte, música y moda, cualquier plataforma expresiva es un totus revolutum en busca del impacto. El ruido es la banda sonora que acompaña la explosión de color y hasta los lugares recónditos se convierten, por vacaciones, en reclamo turístico, perdiendo en ello su factura de tranquilidad ofertada. Hogaño, en ese movimiento unificador, la elegancia es sinónimo de vendedor de grandes almacenes con profusión de tonos pasteles carente de la finura de marengos o pardos de antaño. «Donde ayer vimos finura ahora tan sólo aparece el tedio; donde entonces imaginación ahora repetición», sentenciaba Vicente Verdú con su agudeza habitual.

En una época donde hasta el mono de trabajo tiene funcionalidad de aviso con color fosforito y apresto sintético, perdiendo la consistencia sensual de los azules desteñidos por el uso sobre esqueletos rotundos, un paisaje con royal ingles es muy improbable. Vean a los cachorros reales o a los agregados como Marichalar paseando lánguido una elegancia triste y con fuste de provincia o nuestro presidente con ese aire de incomodidad que causa en un traje la manga larga o el pantalón tobillero o viceversa.

Obvio, que la elegancia que gloso es el lenguaje de una época y que la nuestra escoge entre los materiales que tenemos y lo que responde mejor a nuestras necesidades, cuando el lenguaje que habla ya no es comprendido lo mejor es guardar silencio. Descansen en paz estilo y príncipe.

 

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