El músico sudafricano recibió la medalla de la ciudad y firmó en el ‘Bulevar del Jazz’
Ya no queda madera de la que se tallaron carreras como la del pianista sudafricano Abdullah Ibrahim, antes conocido como Dollar Brand. A sus 88 años fue la estrella absoluta de un festival que le homenajeó de manos de la Corporación, incluyendo su firma en el Bulevar del Jazz, esa calle que tiene impresa las rúbricas de los más grandes artistas que han pasado por el Festival sexitano. También el público de Jazz en la Costa le recibió con calidez, respeto y un silencio reverencial absoluto, solo roto por las ovaciones de agradecimiento al esfuerzo por construir la bellísima música que le caracteriza. El festival Jazz en la Costa, organizado por el Ayuntamiento sexitano y la Diputación, lleva 36 ediciones ininterrumpidas celebrándose en Almuñécar, siendo el polo sur de los grandes certámenes veraniegos de estas músicas.
Cada nota que brotaba anoche del piano de Ibrahim representaba una vida, y tan azarosa como la suya, cuando tuvo que salir de su país para evitar la persecución y la cárcel (huyó cuando detuvieron a Mandela). Aunque le hemos visto con bandas de nómina generosa (Ekaya), abunda con formaciones reducidas y/o el piano solo. En este caso con él llegaron dos músicos de confianza, pertenecientes a la marca antes mencionada, y con una intrigante definición tímbrica: Cleave Guyton con flautas, saxo y clarinete, y Noah Jackson tocando el contrabajo y el violonchelo. Todo muy natural (¡en Granada tocó sin amplificación!), música que sin la toma de tierra de la percusión fue propensa al lirismo y la ingravidez marca de la casa. Si bien su mano izquierda, entrenada cuando había que luchar contra el ruido de fondo de los clubes, resultó consistentemente rítmica.
Puede que sea frágil y necesite asistencia dentro y fuera del escenario, pero Abdullah Ibrahim sigue siendo una fuerza viva a tener en cuenta como el veterano sabio del jazz que es. Su pulsación sumamente evocadora y magistral quedó muy presente en este concierto en muchos de sus pasajes, 90 minutos a modo de suite que lograron un delicado equilibrio entre lo triste y lo elevado espiritualmente. En sus piezas, amén de citas a viejos amigos, socios y conocidos, se percibe el sutil encuentro ente las tradiciones africanas, el jazz contemporáneo (en su momento hasta el más arriesgado) y la tradición religiosa, es lo que dio en llamarse ‘Cabo jazz’, un espacio en el que habitó solo. Música que reflexiona sobre la historia y la profundidad del espíritu humano, con su memoria del África dejada y soñada, con su espacio para el misticismo y el arte, una música delicada, directa, contemplativa y muy a menudo sublime hasta la lágrima. Terminó su presentación invocando a sus ancestros con un canto espiritual que recordaba con añoranza al África lejana y soñada a la que nunca regresarían. Canto de fuerza tan misteriosa que siguió tarareando tras acabar la actuación camino del hotel para volver a la realidad.
Por contraste con tan excelsa intensidad a bajo volumen, la noche cambió de régimen en el Trasnoche con la presencia de Lupe de Camagüey y la Timbalito con el grupo ‘residente’ Costa. Gozosa sesión de clásicos cubanos de ayer y de siempre.