Imaginemos a alguien que tiene una propiedad de varios miles de metros sobre la que pretende acometer un proyecto al que de su ejecución calcula un importante beneficio, X lo llamaremos. Para llevarlo a cabo X necesita unos cientos de metros propiedad de un vecino, por lo que con toda lógica se dirige al mismo a fin de adquirir esa superficie que necesita para hacer viable su plan. Pese a la tradicional mentalidad que los políticos proyectan sobre la posible determinación de un valor objetivo en las cosas, algo que la dinámica más elemental de la economía desmiente a cada momento, el precio no es algo dado, sino que en su formación intervienen múltiples factores, incluidas las preferencias subjetivas, que lo hacen imprevisible “a priori”. Fue el Padre Juan de Mariana quien escribió que el precio justo de las cosas sólo lo sabe Dios, lo que es igual que decir que lo justo es que las partes libremente determinen el precio, porque llegados a ese punto ambas salen ganando, una tiene lo que quería y la otra recibe lo que ha pedido. Pues bien, siguiendo con el supuesto del principio, el propietario del terreno que necesita el impulsor del proyecto X, valora sin duda la necesidad de comprar del potencial adquirente para fijar lo que quiere recibir por su terreno e igualmente tendrá presente, si su voluntad es aprovechar esa ocasión para vender a buen precio, que no podrá pedir algo que sea imposible obtener. Ahí entra en juego un proceso especulativo de cálculo de posibilidades entre ambas partes buscando un precio de equilibrio que satisfaga las expectativas de ambos. Por cierto, especular es una de esas palabras estúpidamente peyorativas porque especular es lo cada acción humana conlleva, desde valorar si merece la pena coger el coche donde asumimos, aunque se de modo inconsciente, que podemos tener un accidente y que una previsión de su escasa probabilidad no nos disuade de hacerlo, hasta decidir si entramos en un restaurante u otro en base a unas expectativas de satisfacción inciertas que se intentan anticipar mediante un proceso de especulación sobre el resultado. En definitiva, fijar precios por decreto es también especulación.
Llegados al punto de intentar conseguir el acuerdo las partes pueden moverse en un marco realista donde el vendedor no puede pretender que el proyecto que hace necesaria su propiedad sea inviable para satisfacer unas pretensiones desmedidas, ni el comprador hacer una oferta que no incluya el conocimiento de la importancia del terreno que necesita por parte de su dueño. A partir de ahí se pueden dar muchas situaciones intermedias cuya conclusión no puede ser más que alcanzar un acuerdo o no llegar a lograrlo. Un punto de partida que debe ser necesariamente admitido es que, si la negociación se entabla, al margen de su resultado final, es porque ambos tienen interés, sin perjuicio del precio final, en llevar a cabo el negocio. Si hay ofertas y contraofertas significa que se ha materializado una negociación donde una cosa se daba a cambio de otra. Si no se culmina el acuerdo lo que no podrán decir ni uno ni otro es que había condiciones previas que impedían la viabilidad de un acuerdo porque entonces surgiría la pregunta obligada de por qué se sentaron a negociar. Si pese al fracaso subsistiera un interés mutuo en llegar a un entendimiento porque a ambas partes les sigue interesando, la mejor estrategia no es que la falta de entendimiento acabe en insultos de una parte hacia la otra o inutilizando algún elemento accesorio que pueda servir para culminar con éxito una segunda etapa de la negociación.
En el pacto fallido entre el PP y VOX de Extremadura todos los elementos racionales de una negociación han sido volados y desde luego para quienes tengan una fe ciega en que grandes dosis de burocracia estatal configuran un marco de bienestar asegurado, fundamentalmente la izquierda y una parte de la derecha, ya pueden revisar sus convicciones para darse cuenta de lo equivocados que están. Políticos incapaces de solventar situaciones muy elementales de conflicto no nos dan grandes esperanzas y sólo una moderada atribución de responsabilidades dejadas en sus manos puede mitigar las consecuencias de sus decisiones. La izquierda, como no puede ser de otra manera en una lógica de lucha partidista, no ha desaprovechado la munición que se le regala para cargarse de razones en sus argumentos (el PP pacta con un partido machista, xenófobo, homófobo…) a la vez que califican de teatro la disputa de ambos partidos. En conclusión: van a seguir emitiendo los mismos juicios sin que la ruptura les haga cambiar de opinión porque la descalifican como un acto de simulación. El beneficio para los que buscaban el acuerdo en la búsqueda absurda de un “precio justo”, el que cada uno subjetivamente ponía y que por tanto no puede ser objetivo, es un juego de suma cero porque el valor de lo que le falta a alguien para conseguir sus objetivos tiene asociados costes de oportunidad donde juega la madurez de saber valorarlos para no caer de desahogos adolescentes.
Cuando Tarradellas volvió de su exilio en Francia fue a entrevistarse con Adolfo Suárez de cara a un restablecimiento de la Generalidad como gesto simbólico de la naciente democracia española hacia los sectores autonomistas de Cataluña. El primer encuentro acabó de forma abrupta y con cajas destempladas y al salir los periodistas le preguntaron al veterano político catalán que tal había ido la toma de contacto. Sin alterar el gesto dijo que todo había ido estupendamente, lo que hizo moverse rápidamente al Presidente Suárez y llamarlo de nuevo para llegar a un acuerdo. Había adultos en la sala.
José María Sánchez Romera