Foto montaje y texto Javier Celorrio
Veo el fin de semana un documental sobre la vida de Björn Andrésen, el Tadzio de Muerte en Venecia, al que el director de la película, Luchino Visconti, definió entonces, concretamente en la rueda de prensa de la presentación de la película en Cannes, como The most beautiful boy in the world (al igual que se llama el documental dirigido por Kristina Lindström y Kristian Petri), y al que encontró tras un casting en Estocolmo, tras recorrer media Europa y cuyo físico reunía los atributos físicos requeridos al personaje adolescente de la novela de Thomas Mann en la que se basa la película. (Dicen que uno de los candidatos al papel fue el entonces adolescente Miguel Bosé pero sus padres, Lucía Bosé y Dominguín, dieron la negativa aun siendo amigos íntimos del director).
En el momento de rodarse el testimonio de Andrésen este tiene 66 años, es 2021, y han pasado cincuenta años desde que Muerte en Venecia se catapultara desde el festival de Cannes como indiscutible obra de arte y en icono de la filmografía gay. Es patente que al protagonista no le ha ocurrido lo mismo que a Dorian Gray, que envejecía el cuadro pero no el modelo; Andrésen ahora es un hombre al que la vida ha deteriorado marcando el rostro de surcos y con una larga melena blanca mientras vive en condiciones de marginalidad social que requiere los servicios sociales de su país.
El que fuera ídolo por un solo papel, exclusivamente basado en mirada, seducción y propia belleza, ha vivido una existencia trágica todos estos años, sin poder superar los instrumentos de la sevicia que suele acompañar al esplendor de lo bello y el paso por la fama que no permite cualquier disidencia al objeto del deseo carnal, al acompañante para salones exquisitos y que como bibelot puede sustituirse, una vez suficientemente mostrado, por un nuevo objeto que la novedad y la veleidad impone. En trance ético, el egoismo demasiado humano que sin dudarlo conlleva crueldad cuando el primero se acompaña de poder y la falta de disponibilidad del personaje a vislumbrar cuando le es llegada la despedida. En un plano operístico, dueto fatal para el segundo que no ha entendido su situación de víctima en los escenarios de alta apariencia.
En este caso, Björn fue el instrumento que posibilitó que Visconti pudiera crear belleza con un objeto estéticamente hermoso; era una obra maestra con la obsesión del texto de Mann por la muerte intelectual y la belleza perfecta. ¿Crueldad del cineasta italiano? En cualquier caso cosificación de la persona por el fin estético requerido. Al rescate de quisicosas de lenguas con daga florentina, o a las claras de facas de Albacete, en el documental se dice que durante el rodaje el cineasta protegió al actor de manera severa ante cualquier posible desmán de seducción o libidineces por parte del equipo de rodaje. Luego vinieron las promociones del film y más tarde el propio actor fue libre de escoger su camino. Y para éste nadie lo había preparado y mucho menos cuando el pretendido actor venía de un entorno familiar de demasiada carga dramática como el abandono del padre o el suicidio de la madre.
A no dudarlo, una vida rota que hace reflexionar sobre si la belleza es un don bifronte, si es inteligente o plana o simplemente que no sabemos administrarla una vez ésta se retira como suele hacerlo, pues como todo lo humano nada es eterno, tampoco la obra de arte pueda serlo. Y sea que en esa consecuencia de la finitud se encuentren algunas respuestas.
Desde otro punto de vista es un ejemplo entre muchos de que la vida no es buena ni noble ni sagrada, tal como dijo el granadino García Lorca. Y añadamos que todo lo contrario, en ocasiones.
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Escribía Balzac, en su «Lo que el amor cuesta a los viejos» que «una belleza perfecta va siempre acompañada de frialdad o sandez». Obvio que opinión del novelista y que hoy en día podía levantar más de una polémica entre los «ofendiditos» hasta demonizar al genio de la insigne pluma en eso de la llamada cancelación.